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Solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo

Sagrada Escritura

Dt 8, 2-3.14b-16a
Sal 147
1 Cor 10, 16-17
Jn 6, 51-58

1. Nexo entre las lecturas

El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna. Estas palabras del evangelio de San Juan nos introducen en el misterio de la presencia Eucarística que celebramos en esta solemnidad. La liturgia nos ofrece tres elementos que orientan nuestra reflexión: la experiencia del desierto del pueblo de Israel, el alimento del camino y la vida que no es derrotada por la muerte. El libro del Deuteronomio (1L) evoca el paso del pueblo por el desierto. Este memorial tiene la finalidad de despertar en los oyentes del relato su responsabilidad respecto a las tareas presentes. La historia enseña al pueblo de Israel que su paso por el desierto, lleno de adversidades y contratiempos, no es simplemente una situación ciega, ajena a todo sentido y significado, sino un momento de prueba divino. Un momento en el que Dios penetra el corazón, se hace presente y ofrece el sustento a los que desfallecen. Yahveh sale al paso de sus necesidades y les da el maná. Este alimento que el Señor ofrece en el desierto sostiene la vida del pueblo y lo ayuda a continuar la marcha. Así, como en el pasado, Israel atravesó por el desierto y Dios probó su corazón y lo mantuvo en vida, así, ahora en el presente de nuestras vidas, el Señor no es ajeno a nuestra aventura humana. En verdad, Dios es amigo la vida y no odia nada de cuanto ha creado. Esta verdad encuentra su plenitud en Cristo que ha venido para que tengamos vida y la tengamos en abundancia. Por eso, nos da a comer su carne, verdadera comida, y a beber su sangre, verdadera bebida, para que tengamos vida eterna (EV). Participando todos de un solo pan (Eucarístico) formamos un solo cuerpo (2L).

2. Mensaje doctrinal

1. El significado de la experiencia del desierto para el pueblo de Israel

La experiencia del Éxodo -no dice la Evangelium Vitae- es original y ejemplar. Israel aprende de ella que, cada vez que es amenazado en su existencia, sólo tiene que acudir a Dios con confianza renovada para encontrar en él asistencia eficaz: « Eres mi siervo, Israel. ¡Yo te he formado, tú eres mi siervo, Israel, yo no te olvido! » (Is 44, 21). EV 31. Parece que Dios en su pedagogía, desea llevar al alma al desierto y allí probar su interior y hablarle al corazón. Una prueba y una palabra. Una prueba que purifica, que hace crecer, que fortalece el alma. Una palabra que ilumina, que orienta y crea una amistad profunda. La experiencia de Dios pasa siempre por una especie de desierto, donde el alma se desprende de sí, se purifica de sus pasiones y va ascendiendo por etapas hasta entonces desconocidas. Entonces tiene una experiencia nueva y más profunda de Dios y de su amor. Así lo expresa el profeta Oseas hablando de cómo Yahveh es esposo fiel del pueblo infiel: Voy a seducirla; la llevaré al desierto y hablaré a su corazón. En el desierto la esposa infiel conocerá al Señor, volverá al amor primero. El Señor habla al corazón, toma cuidado de su pueblo y lo quiere como un esposo quiere a su esposa. No lo abandona, incluso cuando Él mismo es abandonado.

En el texto del Deuteronomio que hoy nos ocupa, la experiencia del desierto es una prueba que desvela lo que hay en el corazón; una prueba para ver si el pueblo guarda los preceptos de Yahveh. Pero, sobre todo, se subraya que el Señor es quien da sustento a su pueblo en las horas de peligro, y que este sustento no es sólo el pan material, sino cuanto sale de la boca de Dios. Se le pide a Israel una confianza y un abandono no indiferente ante Yahveh. Se le pide que deje toda preocupación material en las manos de Dios y que se ocupe en seguir la marcha que se le ha propuesto. Un mensaje arduo: alimentarse sólo de la Palabra de Dios, dar crédito total y sin limitaciones a los planes de Dios en la propia vida, sin temores, sin reticencias. Mensaje siempre actual

2. El significado de la presencia eucarística.

Gracias a Jesucristo, hombre y Dios verdadero, nos es concedida, por medio de la fe, la vida eterna. En el evangelio de hoy se subraya que Jesús mismo es el pan de vida: su carne es verdadera comida y su sangre verdadera bebida y sólo el que come su carne y bebe su sangre tiene vida eterna. Se trata de un lenguaje muy realista que llama la atención. El evangelista hablando de este modo, quiere dar a entender que, el pan eucarístico es “verdaderamente” el cuerpo de Cristo, y el vino consagrado es “verdaderamente” la sangre de Cristo. Quien come este cuerpo y bebe esta sangre tiene la vida eterna y la promesa de Cristo de que lo resucitará el último día.

Nos encontramos pues de frente al maravilloso misterio de la presencia real de Cristo en el Eucaristía. El catecismo de la Iglesia Católica nos dice en el número 1374: El modo de presencia de Cristo bajo las especies eucarísticas es singular. Eleva la eucaristía por encima de todos los sacramentos y hace de ella «como la perfección de la vida espiritual y el fin al que tienden todos los sacramentos» (S. Tomás de A., s.th. 3, 73, 3). En el santísimo sacramento de la Eucaristía están «contenidos verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero» (Cc. de Trento: DS 1651). «Esta presencia se denomina ‘real’, no a título exclusivo, como si las otras presencias no fuesen ‘reales’, sino por excelencia, porque es substancial, y por ella Cristo, Dios y hombre, se hace totalmente presente» (MF 39). No es, por tanto, una simple presencia simbólica, sino una presencia real. En el sacrificio de la Misa ha tenido lugar la transubstanciación: el pan se ha convertido en el verdadero cuerpo de Cristo y el vino en la verdadera sangre de Cristo.

Cristo se hace totalmente presente y se nos ofrece como alimento, como viático del camino. Su gracia es la que nos sostiene, su amor es el que nos reanima. Gracias a su sacrificio y a su presencia eucarística nosotros podemos aspirar a la vida eterna. San Juan Crisóstomo comenta al respecto: «Cuando veas que está sobre el altar el cuerpo de Cristo, di a ti mismo: por este cuerpo no soy ya en adelante tierra y ceniza; ya no soy cautivo sino libre; por este cuerpo, espero los cielos y estoy seguro de que obtendré los bienes que hay en ellos: la vida inmortal, la suerte de los apóstoles, la conversación con Cristo. Éste es aquel cuerpo que fue ensangrentado, traspasado con lanza y que manó fuentes saludables, la de la sangre, la del agua para toda la tierra… Este cuerpo se nos dio para que lo tuviéramos y comiéramos, lo cual fue de amor intenso». (S.JUAN CRISOSTOMO, In epist. 1 ad Cor 24,4: PG 61, 203; R1195).

El sacramento de la Eucaristía es el sacramento que nos hace más patente el “amor hasta el fin” de Cristo Señor. En la Eucaristía encontramos la vida, en la Eucaristía encontramos las fuerzas para seguir el camino, en la Eucaristía encontramos al amigo incomparable de nuestras almas que está allí siempre para escucharnos y ofrecernos su amistad. Podemos atravesar ya cualquier desierto, podemos ser puestos a prueba por innumerables adversidades, en la Eucaristía encontraremos las fuerzas necesarias para superar el combate.

3. Sugerencias Pastorales

1. Promoción del amor a la Eucaristía. En tiempos pasados, cuando el sacerdote celebraba la Eucaristía mirando a oriente y daba la espalda al pueblo, los fieles deseaban ardientemente mirar la Eucaristía en el momento de la elevación. En algunos casos, nos narran los historiadores, se subían a las bancas para tener una mejor visión o incluso se movían de un altar lateral a otro para poder tener esta oportunidad. En los fieles, por tanto, existe un vivo deseo de mirar a Jesús sacramentado. Así nació que el sacerdote, después de las palabras de la Consagración, elevara el Santísimo por encima de su cabeza. Se trataba de que todos pudieran ver y adorar al Señor. Este fervor, lo percibimos, también, en las procesiones Eucarísticas, en los momentos de adoración con el Santísimo expuesto, en el momento mismo de recibir la comunión. Como pastores, nos corresponde promover el amor a la Eucaristía usando todos los medios a nuestro alcance. Entre ellos podemos destacar los siguientes:

2. Valoración del sentido de lo Sagrado en la Celebración Eucarística y en el culto al Santísimo Sacramento en el tabernáculo. Esta valoración la podemos hacer por muy diversos medios como el cuidado y decoro de la acción litúrgica, de los vasos sagrados, de los ornamentos. La instrucción de los fieles en la homilía, en conferencias y catequesis. Finalmente, esta valoración de lo sagrado convendría hacerla desde la infancia y muy particularmente en la preparación a la primera comunión. Las piezas musicales que acompañan nuestras celebraciones son verdaderas catequesis. Mostramos sólo un ejemplo: https://open.spotify.com/track/5tRZ9NiJodEiSoYmBqrG2m?si=d5a40eccd0ad4474

3. La participación activa en la celebración Eucarística. Esta participación requiere de unos presupuestos. Es decir, los fieles deben acercarse a la celebración con unas disposiciones interiores que favorezcan la vivencia de la Misa. En especial, pensamos en el silencio y el recogimiento. Son dos condiciones sin las cuales difícilmente se podrá participar con fruto en la celebración. Silencio de las palabras. Silencio de las inquietudes. Se trata de disponer el alma para entrar en el ámbito de Dios. Después, en la celebración misma, se buscará una participación activa en las respuestas, en los cantos, en las posturas, pero sobre todo en la actitud del alma de unirse al sacrificio de Cristo en el altar. Éste es el sentido original del “participar”, es decir, tomar parte en el sacrificio de Cristo. La actitud del Cireneo es muy instructiva a este respecto, él toma parte en la cruz de Cristo y la recibe como un don. El cristiano que verdaderamente “participa”, “toma parte en la cruz de Cristo”, sale del templo santo con una nueva actitud ante la vida y con una nueva conciencia de su misión como cristiano. Es hermoso contemplar el alma de un sacerdote llena del amor de la Eucaristía en esta pieza musical:
https://open.spotify.com/album/6GvhyxRQokBHaChiNtmfJt?si=DjsR79c6TCap-hRkU4Yz4g

c) Promoción de la adoración eucarística. Es conmovedor ver que, en medio de las grandes ciudades, se encuentran capillas e Iglesias en las que se tiene la adoración eucarística permanente. Pensemos, por ejemplo, a la misma Basílica de San Pedro; en la capilla del Santísimo Sacramento de la basílica vemos desfilar un número enorme de personas que se recogen para orar un momento en medio de su visita a la tumba de San Pedro. El momento de adoración es para ellos ocasión para detenerse y experimentar la presencia eucarística de Cristo. ¡Cuánto bien haremos a nuestros fieles ayudándoles a vivir una vida eucarística intensa! Se tratará de promover pues la adoración eucarística en diversos momentos. Sabemos, por ejemplo, que a los jóvenes les resulta muy motivadora la adoración eucarística nocturna. Desean pasar a solas con Cristo un momento en medio de la obscuridad y el silencio.

P. Octavio Ortiz de Montellano, LC