Saltar al contenido

Solemnidad de Pentecostés ciclo A

Sagrada Escritura

Hch 2,1_11
Sal 103
1Co12,3b_7.12_13
Jn 20,19_23


1. Nexo entre las lecturas

“Recibid al Espíritu Santo” (EV). Con estas palabras podemos unificar el mensaje de esta Solemnidad litúrgica. En efecto, en la Iglesia, representada por los que estaban en el Cenáculo, da comienzo al nuevo pueblo de Dios guiados por la Nueva Ley inscrita en sus corazones por medio del Espíritu Santo (1L). Es Cristo quien da su Espíritu y entrega su propia misión a los suyos en el día de la Pascua. Ese mismo Espíritu es quien unifica y vivifica los miembros del Cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia (Salmo y 2L).

2. Mensaje doctrinal

1. La fiesta de Pentecostés

El Pentecostés hebreo recordaba el día de la Alianza del Monte Sinaí. Era el nacimiento del pueblo de Israel y el día solemne en que recibió las tablas de la ley. Era la fiesta de la Alianza entre Dios y el pueblo elegido. (Ex 19,3-8a.16-20b). Jesucristo quiso que en este mismo día naciese el nuevo pueblo de Dios, su Iglesia. Al igual que en el Sinaí, aquí en el cenáculo hay una teofanía con unas lenguas de fuego (1L); y se efectúa una nueva creación, pues Jesús en el Evangelio sopla sobre los discípulos como Dios Padre sopló sobre el cuerpo inerte de Adán dándole vida.

Los discípulos en este momento quedan constituidos en testigos veraces y valientes de la Pascua del Señor, anunciadores de su misterio y de la nueva ley del amor, proclamada por Cristo en su Evangelio de salvación. Llega así el cumplimiento de la Pascua del Señor: los frutos de la redención por medio de la muerte y resurrección de Cristo se concretan en la efusión del Espíritu Santo. Apareciendo a los discípulos reunidos en el Cenáculo, les muestra los signos de su pasión, Jesús sopla sobre ellos y dice “Recibid al Espíritu Santo. A los que les perdonéis los pecados, les quedarán perdonados; y a los que no se los perdonéis, les quedarán sin perdonar”. Este soplo simboliza y concreta el don del Espíritu Santo, principio omnipotente de la nueva creación operada por la muerte y resurrección de Cristo. Así que el Nuevo Pueblo, mediante la Sangre de Cristo, sanciona la Nueva y eterna alianza.

2. Todos nosotros hemos sido bautizados en un mismo Espíritu para formar un solo cuerpo.

Con estas palabras San Pablo nos explica la relación que hay en la Iglesia con el Espíritu Santo: existe una diversidad de miembros en ella, pero unificados por un mismo Espíritu. En el cristiano, se manifiesta el Espíritu para el bien común, porque ha sido consagrado a Dios en el día de su bautismo. Con Pentecostés se realiza una nueva creación: la del Cuerpo Místico de Cristo. Todos sus miembros son unificados por el Espíritu de Dios. En efecto, siguiendo a San Agustín podemos recordar la siguiente analogía: “Aquello que nuestro espíritu, es decir nuestra alma, es en relación con nuestros miembros, lo es el Espíritu Santo para los miembros de Cristo, es decir para el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia” (Sermón 269, 2: PL 38,1232). ¿En qué sentido la aplicamos?

El Espíritu Santo es el principio vital de la Iglesia. Es el dador de vida y de unidad de la Iglesia. Es quien introduce la diversidad en la unidad. Es autor y promotor de la vida divina del Cuerpo de Cristo. Es el soplo vital de la nueva creación que se concreta en la Iglesia. Siendo vida divina significa que santifica continuamente a la Iglesia. La santidad será la identidad profunda de la Iglesia como Cuerpo de Cristo, vivificado y partícipe de su Espíritu.

Hildegarda de Bingen habla del Espíritu Santo como esta fuerza que todo lo vivifica: la llama viriditas. En su estilo, Hildegarda señala que, así como el poder de Dios en el principio dotó a la criatura de la fuerza del reverdecimiento, que es la fuerza de viriditas, así también el Espíritu Santo penetra el corazón del hombre, dándole vida, para que dé buenos frutos . La santa renana también compara la acción del Espíritu Santo con la lluvia, que ayuda a madurar los frutos. El agua de lluvia, por tanto, representa el rocío de la gracia del Espíritu. «Y así como las nubes lanzarán entonces una dulce lluvia que ayudará a que las flores maduren en frutos, así el Espíritu Santo derramará sobre el pueblo el rocío de su gracia con profecía, sabiduría y santidad; para que parezca que el pueblo se ha transformado, asumiendo otra regla de vida, una buena regla» .

El Espíritu Santo será alma de la Iglesia en el sentido de inspirar la luz divina en el pensamiento de la Iglesia. Asiste al Magisterio siendo el espíritu de verdad, prometido por Cristo en la última Cena. Todo el anuncio de la verdad revelada es inspirado por Él y obra la profundización y experiencia de fe a todos los niveles del Cuerpo de Cristo: tanto en el Magisterio como en el sensus fidei de todos los creyentes: catequistas, teólogos, pensadores.

Es alma de la Iglesia como fuente de todo el dinamismo de la Iglesia, testimoniando a Cristo en el mundo o difundiendo su mensaje. Finalmente, el Espíritu Santo es alma de la Iglesia porque la rejuvenece y la unifica continuamente. La fuerza del Espíritu, que es amor vivificante y unificante, es más poderoso que todas las debilidades humanas y pecados que cometemos nosotros sus miembros.

Podemos resumir cuanto se ha dicho con una cita del Vaticano II, Lumen Gentium 4: «El Espíritu habita en la Iglesia y en el corazón de los fieles como en un templo (cf. 1 Cor 3, 16; 6,19), y en ellos ora y da testimonio de su adopción como hijos (cf. Gál 4, 6; Rom 8, 15_16.26). Guía a la Iglesia a toda la verdad (cf. Jn 16, 13), la unifica en comunión y misterio, la provee y gobierna con diversos dones jerárquicos y carismáticos y la embellece con sus frutos (cf. Ef 4, 11_12; 1 Cor 12, 4; Gál 5, 22) con la fuerza del Evangelio rejuvenece la Iglesia, la renueva incesantemente y la conduce a la unión consumada con su Esposo».

3. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo

Con esta frase podemos acercarnos a otro aspecto importante de esta Solemnidad: la inhabitación del Espíritu Santo. En la historia de la salvación la presencia de Dios tuvo una evolución. En la Antigua Alianza, Dios está presente y se manifiesta en la tienda del desierto; más tarde, en el “Sancta sanctorum” del templo de Jerusalén. En la Nueva Alianza, la presencia se actúa y se identifica con la encarnación de Jesucristo: Dios está presente en medio de los hombres mediante la humanidad asumida de su Hijo. Así, Dios va preparando una nueva presencia, invisible, que se actúa con la venida del Espíritu Santo. Una presencia interior, una presencia en los corazones humanos. Así se cumple la profecía de Ezequiel: «Os daré un corazón nuevo, meteré dentro de vosotros un espíritu nuevo… Pondré mi espíritu dentro de vosotros» (Ez 11,19).

Los hombres se convierten en templos de Dios, porque es el Espíritu de Dios quien habita en ellos. Esto comporta una consagración de la entera persona humana a semejanza del templo. Santifica cuerpo y alma confiriendo una dignidad mayor, la de Hijo de Dios, de participar de la vida divina a través de la gracia. Por eso, no hay que entristecer al Espíritu Santo con una vida de pecado o tibieza espiritual. Siendo Él la Persona-Amor de la Trinidad, viviendo en el corazón humano crea una exigencia interior de vivir en el amor. De aquí se desprende que una vida cristiana sin referencia explícita al Espíritu Santo es incompleta.

3. Sugerencias pastorales

El papa Francisco nos ha dejado comentarios bellísimos sobre la unidad y la armonía en la Iglesia. Nos conviene detenernos un poco sobre uno de ellos:

«Una segunda idea: el Espíritu Santo, aparentemente, crea desorden en el Iglesia, porque produce diversidad de carismas, de dones; sin embargo, bajo su acción, todo esto es una gran riqueza, porque el Espíritu Santo es el Espíritu de unidad, que no significa uniformidad, sino reconducir todo a la armonía. En la Iglesia, la armonía la hace el Espíritu Santo. Un Padre de la Iglesia tiene una expresión que me gusta mucho: el Espíritu Santo “ipse harmonia est”. Él es precisamente la armonía. Sólo Él puede suscitar la diversidad, la pluralidad, la multiplicidad y, al mismo tiempo, realizar la unidad. En cambio, cuando somos nosotros los que pretendemos la diversidad y nos encerramos en nuestros particularismos, en nuestros exclusivismos, provocamos la división; y cuando somos nosotros los que queremos construir la unidad con nuestros planes humanos, terminamos por imponer la uniformidad, la homologación. Si, por el contrario, nos dejamos guiar por el Espíritu, la riqueza, la variedad, la diversidad nunca provocan conflicto, porque Él nos impulsa a vivir la variedad en la comunión de la Iglesia» (PAPA FRANCISCO A los movimientos eclesiales Pentecostés 19 de mayo de 2013).

Estamos invitados a acoger la diversidad que produce el Espíritu de Dios y, al mismo tiempo, a dejarnos a la unidad que sólo Él produce. Hagamos esto real en nuestro modo de hablar y de expresarnos sobre los otros.
Concluyamos con una sugerencia: escuchar una interpretación de la secuencia del Espíritu Santo.

P. Octavio Ortiz de Montellano, LC