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Homilía V domingo ordinario ciclo a

Sagrada Escritura
Hch 6,1-7
Sal 32
1 Pe 2,4-9
Gv 14, 1-12

 

1. Nexo entre las lecturas

Cristo es la piedra angular. En esta frase encontramos el elemento unificador para nuestra homilía del quinto domingo de Pascua. La primera carta de san Pedro que nos ha acompañado a lo largo de estos cuatro domingos del tiempo pascual (2L), nos ofrece, al igual que los sinópticos, una interpretación cristológica del salmo 118, 22: La piedra que los constructores desecharon se ha convertido en piedra angular; ha sido la obra de Yahveh, una maravilla a nuestros ojos. Para los creyentes se trata de una piedra preciosa, para los incrédulos es piedra de tropiezo y caída. En el evangelio, Cristo, piedra angular, se nos muestra como el camino, la verdad y la vida. Es Él quien nos prepara un lugar en las moradas eternas, Él es el camino que nos conduce al Padre. Cristo desea que cada uno de nosotros llegue a la casa del Padre, desea que donde Él esté, nos encontremos también nosotros. ¡Qué maravilla del amor de Dios que quiso hacernos hijos suyos y que le llamáramos Padre y que tuviéramos un lugar en la familia de Dios!

2. Mensaje doctrinal

1. No perdáis la calma, creed en Dios y creed también en mí

La exhortación de san Juan es muy oportuna en este tiempo pascual en el que miramos a Cristo resucitado. Los cristianos, nuevas creaturas en Cristo desde su bautismo, atraviesan situaciones difíciles. El Señor se dirige a sus discípulos y los invita: “Creed en mí, tended confianza en mí, pensando que aquello que yo hago en vuestras vidas es lo mejor para ti”. El cristiano debe pasar por momentos en los que la cruz se hace presente. Precisamente en esos momentos es cuando pueden descubrir, no sin misterio, que están tomando parte en el misterio pascual de Cristo. En Cristo, ellos también son piedras vivas que entran en la construcción del templo del Espíritu. Cada cristiano, por el bautismo incorporado e injertado en Cristo, toma parte en ese camino pascual de muerte y resurrección; pasa a formar parte de un sacerdocio sagrado (sacerdocio de los fieles) para ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepta. Es importante que en su caminar, no deje de mirar a Cristo, que no deje de creer en Cristo con fe viva y operante, y en que Cristo es para él la piedra angular en que se asienta todo su edificio, toda su existencia.

2. Jesús es el camino al Padre

Tomás pide a Cristo: Muéstranos al Padre. Cristo responde sorprendido de que no hayan descubierto en Él en esos años de convivencia el rostro del Padre: Tomás, quien me ha visto a mí ha visto al Padre. Cristo es pues la revelación del amor del Padre. Nadie va al Padre sino por Cristo. Hemos de creer firmemente que Cristo está en el Padre y el Padre en Cristo. Uno se pregunta espontáneamente: ¿cómo puede una persona estar en otra? Por medio del amor, de la identificación de voluntades, con la identidad en los pensamientos, teniendo los mismos sentimientos y emociones que la persona amada. Él ha venido a cumplir la voluntad del Padre. Las palabras que él nos dice, no las dice por cuenta propia, las pronuncia en nombre del Padre. Con acierto dice Hans Urs von Balthasar: “En Cristo, que es la palabra de Dios, Dios Padre habla al mundo”. Cristo nos muestra en último análisis que Él está en el Padre mediante una obediencia absoluta a la misión que le ha sido confiada, mediante el amor y el cumplimiento de su voluntad por la salvación de los hombres.

Este Cristo que nos muestra el rostro amoroso del Padre va a prepararnos un lugar en las moradas eternas. Él, con su muerte y resurrección, nos abre la vida eterna y nos reconduce a la casa del Padre.

3. Sugerencias pastorales

Ser piedra viva del templo de la Iglesia

Muchos cristianos se han alejado de la práctica religiosa porque no se sienten “piedras vivas” de la Iglesia. No perciben su pertenencia a Cristo y a la Iglesia como algo existencial que toca las fibras más íntimas de su alma. Su fe es un apartado de su vida y no aquello que la informa y le da sentido. Sin embargo, el hombre está siempre necesitado de Dios y de la salvación que se nos ofrece en Cristo a través de su cuerpo que es la Iglesia. El hombre y la mujer de hoy tienen necesidad, como en otros tiempos, de sentirse “parte viva de esta Iglesia”. De un modo analógico, él y ella son también piedras angulares, preciosas y necesarias, para la edificación de la Iglesia. Ayudémosles a re-descubrir su amor a la Iglesia. Llevémoslos a un compromiso apostólico que los responsabilice y los mantenga abiertos a los demás. Ellos deben construir la Iglesia, con su amor, con su oración, con su sacrificio, con su entrega generosa. ¡Todos somos piedras vivas de este edificio y todos tenemos una misión que cumplir en esta edificación! La aspiración de cada cristiano debería ser la de llegar a ser “un hombre eclesiástico”, un hombre que ama entrañablemente a la Iglesia. El texto de Henri de Lubac ilustra apropiadamente esta idea: «Eclesiástico, hombre de Iglesia: en nuestro lenguaje actual este bello nombre está desgastado, por no decir que está degradado. Se ha convertido en el título con que se designa cierta profesión determinada en los registros de la administración civil. Y en la misma Iglesia apenas lo usamos sino en un sentido puramente exterior. ¿Quién le devolverá su amplitud y nobleza? ¿Quién nos enseñará a conocer los valores que evocaba antiguamente? En cuanto a mí, proclamaba Orígenes, mi deseo es el de ser verdaderamente eclesiástico. No hay otro medio, pensaba él con sobrada razón, para ser plenamente cristiano. El que formula semejante voto no se contenta con ser leal y sumiso en todo, exacto cumplidor de cuanto reclama su profesión de católico. Él ama la belleza de la casa de Dios. La Iglesia ha arrebatado su corazón. Ella es su patria espiritual. Ella es su madre y sus hermanos. Nada de cuanto la afecta le deja indiferente o desinteresado. Echa raíces en su suelo, se forma a su imagen, se solidariza con su experiencia. Se siente rico con todas sus riquezas. Tiene conciencia de que, por medio de ella, y sólo por medio de ella, participa de la estabilidad de Dios. Aprende de ella a vivir y a morir. No la juzga, sino que se deja juzgar por ella. Acepta con alegría todos los sacrificios que exige su unidad.
…. La Iglesia es mi Madre, porque me ha dado la vida. Yo la he visto, la he tocado de una manera indudable, y puedo dar certeza de ello a todo el mundo. Yo he escuchado todos los reproches que se han lanzado contra mi Madre. Algunos días, mis oídos han quedado sordos ante el clamor de las quejas, no me atrevo a decir que carecen todas ellas de fundamento. Pero, contra toda evidencia, lo cierto es también que esos reproches y otros muchos que se podrían añadir no tienen ninguna fuerza».

¡Dichosos aquellos que han aprendido de su madre, desde la infancia, a mirar la Iglesia como una Madre! Ser piedra viva del templo que es la Iglesia