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Homilía V Domingo de Cuaresma, C

YO TAMPOCO TE CONDENO 

INTRODUCCIÓN
Una de las escenas más impresionantes de la naturaleza es contemplar cómo, tras meses de sequía, el delta del Okavango en Botsuana, África, se va llenando de agua. Ver cómo la tierra seca, árida, agrietada empieza a empaparse por la lluvia y por el torrente de agua que baja de las montañas lejanas. Es asistir a una explosión de vida.

Hoy nos toca contemplar lo mismo. En el desierto creado por el pecado, irrumpe la novedad: fluye un río de misericordia. El alma, seca y agrietada por el mal, recibe la vida que la misericordia le proporciona.

PROPOSICIÓN
Yo tampoco te condeno.

DESARROLLO

Todo empieza con una pregunta trampa que los maestros de la ley y los fariseos formulan a Jesús: o estás con la Ley de Moisés o con el derecho romano. Este impedía aplicar la pena de muerte. Y ¿qué contemplamos?

  1. Jesús, Señor del silencio soberano en medio del tumulto de las pasiones.
    1. Escribía en tierra. En silencio, sin alterarse por la situación creada.
    2. Y desde ese silencio, ordena que el que esté sin pecado tire la primera piedra.
    3. Magnífica solución, que brota de la paz de un corazón misericordioso.
    4. Se fueron alejando, empezando por los más viejos.
  1. Jesús pregunta a la mujer: «¿Ninguno te ha condenado?»
    1. Sutileza y bondad en la pregunta, a la cual responde ella con un: «Ninguno, Señor».
    2. «Yo tampoco te condeno».
      1. Esta es la máxima que nosotros tenemos que utilizar en el trato con los demás.
      2. Desgraciadamente vivimos juzgando y condenando a los demás.
  • Instauremos en nuestra vida el río de la misericordia: Yo tampoco te condeno.
  1. ¡Qué alivio produce en el alma la liberación de la condena!
    1. Basta ver en los juicios la reacción del reo cuando escucha el veredicto exculpatorio del tribunal.
    2. Tal es la novedad que irrumpe en nuestra vida cuando confesamos con humildad nuestras faltas.

CONCLUSIÓN
Así como la mujer adultera quedó sola ante Jesús, también nosotros acerquémonos y quedémonos a solas con Cristo, y escuchemos su veredicto: una sentencia de misericordia que, por nuestra parte, hemos de aplicar a nuestros hermanos: Yo tampoco te condeno.

Entonces experimentarás como un río de misericordia que repara tu ala seca y agrietada por el pecado.

P. Agustín de La Vega, LC