Saltar al contenido

Homilía IV domingo ordinario ciclo A

Sagrada Escritura

Sofonías 2, 3; 3, 12-13

Salmo 145

1 Cor 1,26-31

Mt 5, 1-12a

 

 

  1. Nexo entre las lecturas

            El tema de las bienaventuranzas concentra la atención en este cuarto domingo ordinario. En ellas Jesús, como nuevo legislador,  nuevo Moisés, nos ofrece el camino de la salvación y del gozo en medio de un mundo herido por el dolor y el pecado de los hombres. Un camino inesperado y sorprendente que rompe los esquemas de la persona humana en la búsqueda de la felicidad y de la paz. El hombre pobre, el que sufre, el que llora, el que padece persecución por la justicia es proclamado bienaventurado. Mensaje arduo y no fácil de acoger espontáneamente. Se requiere la meditación y contemplación de la Palabra de Dios para comprender el mensaje de Jesús. El profeta Sofonías, profeta que canta “el día del Señor” con tonos dramáticos y apocalípticos, nos ofrece en la primera lectura una invitación apremiante: “Buscad al Señor, tomad conciencia de vuestra debilidad y vuestra fragilidad, de vuestra pobreza y buscad al Señor, cumplid sus mandatos”. San Pablo también aborda el tema de la propia indigencia, pero bajo otro punto de vista: “Considerad vuestra llamada, comprenderéis que es sólo gracia de Dios y que vuestra mayor riqueza es el amor de Cristo”. Así pues, este domingo, nos pone de frente a una meditación muy profunda: descubrir en la propia fragilidad y debilidad humana, así como en los avatares, muchas veces tristes de la vida, el amor de Cristo que transforma toda esa realidad en camino de salvación, de felicidad y de paz. El cristiano que vive fielmente su vocación será siempre bienaventurado.

 

           

           

  1. Mensaje doctrinal
  2. Jesús, el nuevo Moisés

            Para Mateo es importante subrayar que Jesús es el nuevo Moisés, que proclama la nueva ley, la nueva “noticia” del Reino de los cielos. Jesús sube a la montaña, toma asiento e inicia su predicación. Todo ello nos evoca los eventos del Sinaí. Moisés en el Sinaí sube a la montaña para recibir las tablas de la ley y presentarlas después al pueblo. Sin embargo, hay diferencias importantes entre los dos eventos salvíficos. Moisés es invitado a subir a la montaña “hacia Dios” (Ex 19,3; 24, 1.12). Allí recibirá de parte de Dios el decálogo, que será la ley del pueblo de Israel. En cambio Jesús, es el que “ha venido del cielo” (cfr. Jn 3, 13). En efecto, nadie sube al cielo, sino el que bajó del cielo. Moisés es instruido sobre la ley, recibe de parte de Dios las tablas y las leyes; en cambio es el mismo Jesús quien “toma asiento” y se pone a enseñar a sus discípulos con plena autoridad. Él es el maestro, Él es el Hijo unigénito del Padre, que estaba junto al Padre. Anuncia un mensaje, unas bienaventuranzas , un camino que es Él mismo. Él mismo es la salvación. El que lo ha visto a Él ha visto al Padre. Él es la nueva Alianza. La ley había sido dada por Moisés, pero la gracia y la verdad vienen por Jesucristo” (Jn 1, 16). De este modo comprendemos que las bienaventuranzas son específicamente cristológicas. Ellas nos revelan de algún modo el corazón de Jesús, su misión, su entrega al Padre y a los hombres. Ellas no sólo hablan de un contenido de doctrina, sino ofrecen una síntesis de todo la vida y misión del Señor.

 

  1. La transformación interior.

            Con frecuencia el hombre sufre la tentación del ocultamiento de Dios. El hombre quisiera que Dios se manifestara con todo su poder de forma que no hubiera lugar a la duda, a la incertidumbre.  Los transeúntes y fariseos que contemplaban el dramático espectáculo de la cruz increpaban altaneramente a Jesús:  “Si eres Hijo de Dios baja de esa cruz… Que baje de la cruz y creeremos en Él” (cfr. Mt 27,40). También nosotros le decimos tantas veces a Jesús:  si verdaderamente eres el Hijo de Dios, manifiéstate en todo tu poder, en toda tu grandeza, acaba con la miseria humana, vence al enemigo, supera el dolor, destierra toda desgracia humana: muéstrate como Dios. Quisiéramos que la irrupción de lo divino en lo humano fuese del tal modo vigorosa y contundente que venciera toda resistencia, todo pecado, todo orgullo y soberbia. Que no dejara lugar al ateísmo y al mal moral. Sin embargo, Dios no actúa así. Dios muestra su grandeza en la pequeñez y en la fragilidad. Dios se revela escondiéndose. Dios respeta siempre al hombre, creado a su imagen y semejanza, y lo atrae siempre por los caminos del amor y de la humildad respetando su libertad. No se impone desde el exterior avasallando y venciendo con violencia las resistencias humanas, sino que elige un camino mucho más largo y penoso que es la conversión interior del hombre. Dios es de tal modo fiel a su amor por el hombre (cfr. Salmo 145) que elige aquello que humanamente parece imposible: la conversión interior, la transformación interior del pecador, de aquel que voluntariamente ha cortado la relación de amor con su creador y redentor. Toda la liturgia de este día se refiere a la transformación interior del hombre. El hombre ha de buscar a Dios, ha de hacerse pobre en el corazón, ha de caminar por las sendas de la humildad, del llanto, del amor a la verdad, de la conversión del corazón. Así entendida, la vida humana no es sino la historia de un Dios que, por caminos misteriosos y sorprendentes, busca y actúa la conversión interior del hombre; es el continuo actuar de la Providencia que, a pesar del pecado y de las innumerables miserias del hombre, no deja de actuar sobre él para conducirlo a la casa del Padre. Sólo quien deliberadamente se opone al amor salvífico caerá en el caos y la desesperación.

  1. Sugerencias pastorales
  1. Volver a las verdades fundamentales

            A lo largo de la vida el hombre debe encontrar un centro interior que oriente y dé sentido a su humano existir. Debe descubrir ese núcleo de verdades fundamentales que lo sostienen y le permiten permanecer en el bien moral cuando muchas esperanzas superficiales van desapareciendo. Esto se aplica no sólo a las personas de edad, en quienes el tiempo ha podido dejar algo de desilusión, sino también a muchos jóvenes que han perdido la ilusión de vivir. Todos debemos aspirar a estas “verdades fundamentales” que den esperanza a nuestro caminar. Se trata de encontrase nuevamente con la razón de la propia existencia, el amor de Dios,  con el sentido de la propia dignidad como persona e Hijo de Dios y descubrir que yo tengo una misión en la vida y que mi paso por la tierra es temporal y muy breve. Las bienaventuranzas nos invitan precisamente a revisar nuestra jerarquía de valores. Nos ayudan a comprender, a la luz de la eternidad, la relatividad de todo lo creado, la relatividad de los bienes materiales, la relatividad e incongruencia de la búsqueda exclusiva del placer y de la comodidad, la relatividad de los sufrimientos de esta vida.  “Buscar nuevamente al Señor” nos propone el profeta Sofonías.  Buscarlo en nuestro acontecer personal, buscarlo en mis sufrimientos, en mis penas; buscarlo en mis empresas, en mi familia, en la vida de sociedad y en la historia del mundo. Buscar al Señor significará, ciertamente, orar y hablar con Dios, pero no sólo eso. Buscar al Señor significará conformar mi conducta con sus mandatos, con sus leyes, ¡porque Él es el Señor! ¡Buscad al Señor y revivirá vuestro corazón!

 

  1. Considerad vuestra llamada

            La exhortación de San Pablo es más que nunca oportuna. Cada cristiano, fiel seguidor de Jesucristo, debe considerar su llamada. Es decir, debe considerar su vocación, aquella llamada que Dios le ha hecho a participar en la obra del mundo y en la obra de la redención. Si bien esta exhortación se dirige a todos, encuentra una especial aplicación en aquellas personas que han recibido el llamado a la vida consagrada y sacerdotal. “Considera, oh hombre de Dios, tu llamada”, date cuenta de que has sido asociado al amor Redentor de Cristo de manera estrechísima. Eres posesión de Dios. Ya no eres siervo, eres amigo de Dios. Te debes al anuncio del evangelio, eres religioso o religiosa por Dios y para Dios. Eres sacerdote, Alter Christus.  Se trata de experimentar la inmensa alegría de ser “posesión de Dios”. Se trata de reavivar el amor del primer día. Se trata de descubrir que todo en nuestra vida es gracia, don de Dios, regalo de Dios. Gratis lo hemos recibido, gratis lo debemos dar a los demás.

            ¡Qué hermoso volver a considerar la llamada y tener ante nuestros ojos la dignidad con la que hemos sido revestidos! Pertenecemos a Dios a pesar de nuestras fragilidades y miserias como dice el libro de la Sabiduría: Aunque pequemos, tuyos somos, porque conocemos tu poder; pero no pecaremos, porque sabemos que somos contados por tuyos. (Sab 15,2). Hemos sido puestos como pasarela entre Dios y los hombres, es decir, como un puente pequeño y frágil, pero que conduce a Dios y anticipa el Reino de los cielos. Hemos sido constituidos ministros de la nueva Alianza, consagramos el cuerpo de Cristo, perdonamos los pecados en persona de Cristo. Somos personas consagradas que hacemos presente el Reino de Cristo.

Considera tu llamada y no permitas que el pecado, la mentalidad del mundo, la fuerza de las pasiones, el cansancio en la práctica de la virtud te hagan abandonar tus altos compromisos. ¡Sé fiel a tu llamada! ¡Sé fiel a la palabra entregada, porque Dios es fiel y Dios está contigo hasta la consumación de los siglos! No desesperes de la salvación de las almas. Dicha salvación pasa por la cruz que hoy llevas en medio de tan grandes luchas y trabajos. Trabaja por el evangelio con las fuerzas que Dios te dé.

P. Octavio Ortiz de Montellano, LC