Saltar al contenido

Homilía VI domingo tiempo ordinario ciclo a

Sagrada Escritura
Ecclo 15, 15-20
Salmo 118
1 Cor 2, 6-10
Mt 5, 17-37

  1. Nexo entre las lecturas

            Jesús hace ver a sus discípulos que la esencia de la ley no es su observancia externa y material, sino el precepto del amor, la búsqueda de la justicia y la verdad. La liturgia de este domingo orienta nuestra mirada hacia una comprensión de la ley divina como una ley interior  que se funda en el amor y la justicia, una ley que observan verdaderamente los puros de corazón. Por eso, si nuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraremos en el Reino de los cielos. Si nos quedamos en el precepto externo, en la observancia de apariencia, pero no convertimos lo íntimo de nuestro corazón, no podremos ver a Dios, porque sólo los puros de corazón ven a Dios. La observancia externa y aparente se da cuando consideramos los mandamientos del “no matarás”, “no cometerás adulterio”, “no jurará en falso” (EV) en su literalidad, pero no descubrimos todo lo que implican en la vida real. Jesús reconduce nuestra mirada a la esencia de la ley: el amor; el amor en tu pensamiento, en tu palabra, en tu actitud, en tus obras. ¿De qué te valdría ganar el mundo entero, ser un observante perfecto de la ley externa, si no tienes amor, si te pierdes a ti mismo en la maledicencia, en la ira consentida, en la impureza de tu mirada, en la ambigüedad de tu palabra? La esencia de tu persona radica en ser una creatura amada por Dios y llamada al amor. Dios lo ve todo (2L), oye nuestros pensamientos, conoce nuestras obras. Pongámonos en esta presencia como se pone el oro en el crisol. Que su amor purifique nuestras mentiras y suciedades.              

  1. Mensaje doctrinal
  2. El Señor ha puesto ante el ser humano la vida o la muerte. (Ecclo 15,17).

Al principio Dios creó al hombre y lo dejó en poder de su propio albedrío (Ecclo 15,14). El ser humano es una creatura libre que se realiza a sí misma en el amor. Tiene frente a sí la vida y la muerte y él va construyendo su propio camino. “La orientación del hombre hacia el bien -nos dice el Concilio Vaticano II- sólo se logra con el uso de la libertad, la cual posee un valor que nuestros contemporáneos ensalzan con entusiasmo. Y con toda razón. Con frecuencia, sin embargo, la fomentan de forma depravada, como si fuera pura licencia para hacer cualquier cosa, con tal que deleite, aunque sea mala. La verdadera libertad es signo eminente de la imagen divina en el hombre. Dios ha querido dejar al hombre en manos de su propia decisión para que así busque espontáneamente a su Creador y, adhiriéndose libremente a éste, alcance la plena y bienaventurada perfección” (Gaudium es spes 17).

Por eso, es tan importante que el ser humano desarrolle el discernimiento, es decir, la capacidad de distinguir el origen de las mociones interiores, para desechar las malas y acoger las buenas; la capacidad de desenmascarar las insidias del enemigo. En un mundo donde reina el espíritu del mal y la mentira, el discernimiento y la libertad interior son elementos esenciales para vencer al enemigo. No podemos olvidar que el maligno ejerce sobre el mundo un cierto poder: Sabemos que somos de Dios -dice san Juan-, y que el mundo entero yace bajo el poder del maligno 1 Jn 5,9. La crónica nos muestra que estamos asistiendo a una perversión de la verdad. Las palabras se usan sin aquella dignidad que les corresponde de manifestar la realidad. Esto es perverso y degrada nuestra convivencia humana. Por eso, las palabras del evangelio de hoy cobran especial actualidad: Que vuestro hablar sea sí, sí, no, no. Lo que pasa de ahí viene del Maligno. ¡Seamos hombres de discernimiento! y, como dice el apóstol, examinadlo todo; quedaos con lo bueno. Guardaos de toda clase de mal (1 Tes 5,21).

  1. El amor es el corazón de la ley.

El evangelio de Mateo de este sexto domingo del tiempo ordinario (Mt 5,17-37) aborda el tema de la plenitud en la observancia de la ley. El Señor no ha venido a abolir la ley, sin embargo, cuestiona su cumplimiento hipócrita. Ha venido a llevar la ley a su plenitud, a dar cumplimiento a la más pequeña coma de la ley. ¿Qué quiere decir esto? No significa que Jesús proclame una observancia minuciosa, obsesiva de las rúbricas, sino que el Señor nos desvela la esencia misma de la ley, aquello que da su verdadero significado. Se trata de descubrir que detrás de cada uno de los mandamientos hay una promesa bella y buena que llena el corazón del hombre. En cada mandato de la ley se esconde el amor. Así, el mandamiento del “no matarás” no se reduce a no dar muerte violenta a un hombre, sino que el mandamiento se extiende a nunca llamar “necio” o “imbécil” a otro hombre. El verdadero mandamiento nos conduce a nunca dejarnos llevar de la ira, porque cuando lo hacemos obramos irracionalmente y solemos cometer grandes injusticias. No estamos llamados a vivir en la ira, sino en la mansedumbre, en la paz del corazón, en el perdón a las ofensas recibidas. Por eso, incluso hay que posponer la ofrenda ante el altar, si tenemos algo pendiente contra otro hombre: primero reconciliación con el hermano, luego presentación ante el Señor. Por su parte, el mandamiento “no adulterarás” no se refiere únicamente a no cometer adulterio, sino que toca las fibras íntimas de tu ser. Tu mirar mismo lleva las intenciones de tu corazón. ¿Es tu mirada la de un corazón puro? ¿Sabes descubrir toda la belleza que hay en el mundo -también la belleza humana- y verla con pureza de corazón? Decía un gran pensador, Pavel Florenskij: “a fin de cuentas, sólo es capaz de ver la realidad quien se enamora de lo que ve”. (Florenskij Pavel, La columna y el fundamento de la Verdad, Sígueme, Salamanca, 2010, p. 178) Sí, sólo el amor es capaz de ver la realidad en su belleza original.

  1. Sugerencias pastorales 
  2. La Pureza de corazón

La pureza de corazón es una virtud -si así queremos llamarla- de la que se habla poco y, sin embargo, está en la esencia de la vida cristiana. Es una de las bienaventuranzas y aparece de diversos modos en el evangelio: El hombre bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque de lo que rebosa el corazón habla la boca (Lc 6,45). El evangelio de hoy vincula la ley y la pureza de corazón y nos invita a mirar en profundidad dentro de nosotros mismos y dentro del corazón del mundo. Se trata de contemplar el propio corazón limpiándolo de las impurezas y suciedades con las que se ha cargado a lo largo del camino, para poder ver en el propio corazón a Dios mismo. Así como limpiamos un espejo para poder ver en él la imagen del sol, así, limpiamos nuestro corazón para contemplar en Él a Dios mismo. El Reino de Dios está en medio de vosotros.

  1. El experimentar la misericordia divina nos hace misericordiosos con los demás.

El Papa Francisco no se cansa de exhortarnos para que acojamos en nuestro corazón la misericordia de Dios. “Al que arriesga -nos dice el Papa-, el Señor no lo defrauda, y cuando alguien da un pequeño paso hacia Jesús, descubre que Él ya esperaba su llegada con los brazos abiertos. Éste es el momento para decirle a Jesucristo: «Señor, me he dejado engañar, de mil maneras escapé de tu amor, pero aquí estoy otra vez para renovar mi alianza contigo. Te necesito. Rescátame de nuevo, Señor, acéptame una vez más entre tus brazos redentores». ¡Nos hace tanto bien volver a Él cuando nos hemos perdido! Insisto una vez más: Dios no se cansa nunca de perdonar, somos nosotros los que nos cansamos de acudir a su misericordia” (Papa Francisco, Exhortación apostólica Evangeli Gaudium 3). Para poder dejar la ofrenda al pie del altar e irme a reconciliar con mi hermano, o para hablarle sin ofenderle nunca, o para mirarlo con pureza como un socio en el camino y posesión de la eternidad, necesito haber experimentado yo mismo la misericordia. Sólo el saberse mirado por Dios con misericordia, nos hace hombres y mujeres misericordiosos. “Una vez que hemos sido revestidos de misericordia, aunque permanezca la condición de debilidad por el pecado, esta debilidad es superada por el amor que permite mirar más allá y vivir de otra manera” […] “Las lágrimas de vergüenza y de dolor se han transformado en la sonrisa de quien se sabe amado. La misericordia suscita alegría porque el corazón se abre a la esperanza de una vida nueva. La alegría del perdón es difícil de expresar, pero se trasparenta en nosotros cada vez que la experimentamos. En su origen está el amor con el cual Dios viene a nuestro encuentro, rompiendo el círculo del egoísmo que nos envuelve, para hacernos también a nosotros instrumentos de misericordia” Papa Francisco, Carta apostólica Misericordia et misera, al concluir el año extraordinario de la Misericordia, 20 de noviembre de 2016 no 2 y 3.

P. Octavio Ortiz de Montellano, LC