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Homilía IV domingo ordinario ciclo a

Sagrada Escritura
Hch 2,14a.36_41
Sal 22
1 Pe 2,20b_25
Gv 10,1_10

1. Nexo entre las lecturas

Yo soy la puerta: quien entre por mí, se salvará. Estas palabras del Evangelio parecen expresar el tema central de este domingo dedicado al Buen Pastor. En efecto, la liturgia de este ciclo quiere profundizar la relación del pastor con sus ovejas. En el Evangelio, Jesús, Buen Pastor, se identifica con la puerta de las ovejas. Él guía a las ovejas para que tengan vida abundante. Y la tendrán cruzando por Él mismo, puerta del aprisco, para llegar a la experiencia del kérygma cristiano. Será san Pedro quien explicará cómo entrar por esa puerta, o escuchar la voz familiar del Pastor, mediante la conversión y el bautismo (1L), y a través del seguimiento de las huellas de Nuestro Señor, obrando el bien mansamente bajo el peso del sufrimiento (2L). El salmista nos testimonia las acciones providentes del Pastor y el deseo de habitar con Él por años sin término.

2. Mensaje doctrinal

1. La puerta de las ovejas.

En este domingo IV de Pascua la Iglesia pone a nuestra consideración diversos elementos tomados de la vida pastoril. Se trata de la parábola del Buen Pastor, pasaje sencillo y hermoso, que revela de modo profundo el corazón de Cristo. Deseamos poner de relieve dos elementos de la parábola: la puerta del aprisco y la voz del Pastor. Para los cristianos de las primeras generaciones, como lo atestiguan las pinturas de las catacumbas romanas, Cristo Buen Pastor, fue una figura que cautivó su atención. En aquellas pinturas se descubre la religiosidad de las primeras comunidades. Ellos conocían la voz del pastor. Ellos descubrían en esa voz un acento de cariño, de amor, de fidelidad. Por otra parte, experimentaban de modo muy intenso que era Cristo la puerta del aprisco, la puerta de la salvación. El testimonio de los apóstoles en este punto es unánime: Cristo muerto y resucitado es la piedra angular, es el camino al Padre, es la salvación, es un milagro patente. “Puerta y voz” son pues de dos elementos ricos de contenido que quieren expresar la profunda experiencia de Cristo Resucitado. Cruzar la Puerta y escuchar la voz del Pastor.

La puerta es el lugar donde entra y sale el rebaño. Es el lugar que brinda protección, que invita al reposo y al calor del hogar después de la jornada. Jesucristo dirige a judíos esta parábola. Los pastores, al anochecer, dejaban el rebaño en el redil, lugar rodeado de pequeñas cercas en que sólo había una puerta estrecha. Con tan reducido espacio, las ovejas pasaban de una en una de tal forma que era fácil contarlas para cerciorarse de que el rebaño estaba completo.

Nuestro Señor usa el término griego aulé que no se designaba el recinto de las ovejas, sino el espacio donde se encontraba la Tienda de la Alianza. También con esta palabra designa la puerta del atrio del templo de Jerusalén, con su portero. En este contexto de la parábola, podemos ahora entender que la puerta no es la del redil del rebaño sino la puerta del Templo. Nadie puede entrar en la casa de Dios y encontrarse con Dios si no es por medio de Jesús.

Él es el único lugar de encuentro con Dios y el único mediador de la salvación. La puerta es también el lugar por el que han de salir las ovejas para alimentarse y tomar el sol. Es decir, para edificar su vida en abundancia. Esta puerta es Cristo, muerto y resucitado, constituido Señor y Mesías. La afirmación de Cristo es categórica, como lo indica la realidad de la puerta del redil; deja una afirmación de la divinidad mesiánica. No hay otros caminos, otras puertas que lleven al acceso al Padre. Cristo, revelación del Padre, es la única puerta.

2. Las ovejas lo siguen porque conocen su voz

Para el lenguaje bíblico conocer es sinónimo de hacer experiencia plena. Escuchar la voz es advertir la presencia y el estado interior de esa persona y obedecer. Pero, ¿quién es este Pastor? ¿Qué hace? El salmo 22 nos responde elocuentemente: «En verdes praderas me hace recostar, me conduce hacia fuentes tranquilas, repara mis fuerzas, me guía por el sendero justo… va conmigo» y concluye «tu bondad y misericordia me acompañan todos los días de mi vida».

La imagen del pastor evoca una autoridad que se ejerce no despóticamente sino en una actitud de servicio continuo. El rey pastor, David, es una figura del verdadero Pastor, Jesucristo, constituido Señor y Mesías. Jesús construyó la puerta de la salvación mediante su crucifixión. Dios Padre le ha restituido todo dándole el señorío de cuanto existe. Y también es Mesías, es decir, continúa siendo la única puerta de salvación de los hombres. Sólo a través del bautismo se puede escuchar la voz de la Puerta de la redención y recibir al Espíritu Santo.

Es la “sequela Christi” la que nos hace vivir auténticamente la llamada recibida en el bautismo. Llamada que es convocación por nombre a través de la voz del Buen Pastor. Seguir las huellas de Cristo es seguir por su mismo sendero: subir al leño del sufrimiento cotidiano, en silencio, poniéndose en manos de Dios. Aquí el apóstol san Pedro en breves renglones nos transmite la vivencia del kérygma cristiano y de la experiencia espiritual del bautismo: morir a través de la mortificación de nuestras pasiones o el sufrimiento ocasionado por las tentaciones de todos los días y crecer en las virtudes que practicó Cristo en su pasión, muerte y resurrección: paciencia y humildad en la humillación; silencio en las injurias y un sufrimiento inocente e injusto que cura y repara nuestros pecados.

La fe entra por el oído. Porque la voz irrumpe en el oyente. Siendo la Palabra de Dios tiene capacidad de mudar corazones. Pero hay que reconocer esta verdadera voz, pues se da el peligro de ir tras las voces de los ladrones y malhechores. Hay que familiarizarse con la sana doctrina transmitida por la Sagrada Escritura y custodiada por la Iglesia. Hay que obedecer la Verdad que es Jesucristo para no ser presa de ladrones y malhechores.

3. Sugerencias pastorales

1. El cuarto domingo de Pascua nos permite meditar sobre la llamada del Buen Pastor a sus ovejas, es decir, sobre las vocaciones. En la exhortación apostólica: «Pastores dabo vobis, n. 41, leemos: “La vocación sacerdotal es un don de Dios para toda la Iglesia, un bien para su vida y misión. Por eso la Iglesia está llamada a custodiar este don, a estimarlo y amarlo. Ella es responsable del nacimiento y de la maduración de las vocaciones sacerdotales. En consecuencia, la pastoral vocacional tiene como sujeto activo, como protagonista, a la comunidad eclesial como tal, en sus diversas expresiones: desde la Iglesia particular a la parroquia y a todos los estamentos del Pueblo de Dios. Es muy urgente, sobre todo hoy, que se difunda y arraigue la convicción de que todos los miembros de la Iglesia, sin excluir ninguno, tienen la responsabilidad de cuidar las vocaciones. El Concilio Vaticano II ha sido muy explícito al afirmar que «el deber de fomentar las vocaciones afecta a toda la comunidad cristiana, la cual ha de procurarlo, ante todo, con una vida plenamente cristiana».

El deber de promover las vocaciones afecta a toda la comunidad. Es muy bueno orar por las vocaciones, pero esto no nos exime de acciones concretas en favor de las mismas; por el contrario, una verdadera oración por las vocaciones nos pone de frente a nuestra responsabilidad como pastores, como fieles, como religiosos o religiosas de fomentar por todos los medios lícitos y buenos la vocación en las almas. Convendrá promover:

_ círculos de oración para jóvenes y adultos que fomenten la vida espiritual;
_ crear una gran estima a la vocación sacerdotal en los niños de catequesis, en el grupo de monaguillos y en las predicaciones;
_ actividades destinadas a imbuir de fe la cultura: la literatura, la música, la pintura, el teatro; la creatividad y el entusiasmo de los jóvenes en este campo es casi sin límites;
_ promoción de las vocaciones por todos los medios de comunicación social, revistas, folletos, hagiografías;
_ actividades apostólicas, como misiones de evangelización, ayuda a los pobres y enfermos… que lleven a los jóvenes a descubrir la necesidad de sus semejantes y su propia capacidad de dar a Dios.

2. Ser también un buen pastor.

Comentaba en cierta ocasión Manuel Bru Alonso , delegado episcopal de catequesis de la Archidiócesis de Madrid: «Alguna vez me han preguntado en qué consiste la novedad que el Papa Francisco ha traído a la Iglesia. No siendo una novedad ni en la doctrina ni en la praxis de la Iglesia, lo es, como siempre lo es un nuevo pontificado, en el acento pastoral. Benedicto XVI vio el clamor de un mundo que, condicionado por la cultura dominante, caía en la esclavitud del relativismo. El Papa Francisco, sin quitarle una pizca de importancia a este clamor, antepone otro: el de la soledad del hombre contemporáneo.

El mismo Joseph Ratzinger, recientemente fallecido, contaba que siempre le impresionó el testimonio de un compañero sacerdote que le contó esta experiencia: estaba andando por las calles de Múnich cuando un ciego que quería cruzar al otro lado grito: “¿Hay alguien presente?”. La calle estaba llena de gente, con prisa, ensimismados en sus asuntos, pero en realidad nadie está presente, ni siquiera este sacerdote que había pasado al lado del ciego y no se había dado cuenta. En un mundo tan intercomunicado como el de hoy, decía Ratzinger, las personas están solas. Todos, de diversos modos, somos corresponsables de la solicitud pastoral de la Iglesia. ¿Cómo?, nos preguntamos. Muy sencillo: todos debemos estar ojo avizor para oír este grito, a veces susurro, a nuestro alrededor: ¿Hay alguien presente? Sí. Estoy yo, que soy cristiano, y que tengo como modelo a Jesús, el buen pastor.

P. Octavio Ortiz de Montellano, LC