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Homilía IV Domingo de cuaresma ciclo A


Sagrada Escritura
Sam 16,1b.6-7.10-13a
Sal 22,1-3a.3b-4.5.6
Ef 5,8-14
Jn 9,1-41


1. Nexo entre las lecturas

El pasaje de la curación del ciego de nacimiento nos ofrece un tema unificador para las lecturas de este cuarto domingo de cuaresma: “La experiencia de Cristo ilumina la vida de los hombres” (EV). El ciego de nacimiento pasa de la oscuridad a la luz por obra del poder y del amor de Cristo. Esta misma verdad la repite san Pablo en la Carta a los efesios (2L): “Antes erais tinieblas, ahora sois luz”. Cuando Dios interviene en la vida del hombre y se manifiesta con su amor y con su poder, y cuando el hombre acoge esta revelación en el fondo de su corazón, allí tiene lugar una nueva realidad, una nueva experiencia de Dios, nace una nueva creatura. Entonces, la persona humana, que yacía en tinieblas, se reviste de fortaleza y luminosidad hasta entonces desconocidas. Es muy instructiva la elección de David como guía de su pueblo (1L): era el más pequeño de la casa de Jesé, era pastor, era un muchacho; sin embargo, Dios lo elige para regir los destinos de Israel y para ser figura del Mesías que vendrá. La experiencia de Dios transforma la vida.


2. Mensaje doctrinal

1. La fidelidad de Dios a su amor.

El muchacho David, el más pequeño de su casa y pastor, es elegido Rey que conducirá a la unificación de Israel y a la conquista de grandes victorias. David dejará de ser pastor de ovejas para hacerse pastor de Israel. En realidad, él es figura precursora de otro Rey que será el Mesías que salvará a su pueblo. A partir de David, la alianza con el pueblo se hace a través del rey. Las victorias de David anuncian las que el Mesías alcanzará sobre el mal y la injusticia. El Mesías que ha de venir es el verdadero pastor de su pueblo, así como se delinea en el salmo 22. Es el pastor que ha querido caminar al lado del hombre para rescatarlo de donde se había perdido y desbarrancado. Es el pastor que no lo abandona por cañadas oscuras, lo conduce a fuentes tranquilas, es un pastor que hace presente la bondad y la misericordia de Dios. Se expresa aquí, elocuentemente, la fidelidad de Dios a su amor. Fidelidad que se extiende de generación en generación.

Esta fidelidad adquiere en la página del evangelio (EV) una elocuencia particular. Cristo, Hijo de David, Pastor de su pueblo, es la luz que ilumina a todo hombre. Es el amor divino que se revela en rostro humano y que, al mismo tiempo, invita al hombre a tomar parte en la revelación del amor. Cristo ilumina al ciego de nacimiento, le concede el don de la vista, pero, aún más, lo ilumina interiormente. Ya no es sólo la luz interior que llega a sus ojos y es descifrada como figura e imagen. Es la luz interior que nace del corazón que ha hecho la experiencia de Cristo. El ciego de nacimiento hace experiencia de la fidelidad y del amor de Cristo. A este hombre ya no hay que hablarle de un profeta que ha venido, “él mismo ha hecho experiencia del poder del redentor” y, en consecuencia, él mismo se convierte en luz no obstante su aparente ignorancia y debilidad.

2. Buscad agradar al Señor.

Esta pequeña afirmación de san Pablo en la carta a los Efesios expone en síntesis la actitud del cristiano en relación con el Señor. El criterio de una vida cristiana no puede ser otro que el tratar de agradar a Dios. Se trata de una consecuencia lógica del amor. El amor llama amor. El ciego de nacimiento experimenta el amor que Cristo le ha tenido, lo busca, lo defiende, lo proclama, se hace pequeño a sus pies, lo reconoce como Mesías. Ante los fariseos que los acosan, el que era ciego atestigua: “Si es pecador o no, no lo sé, yo sólo sé que antes era ciego y que ahora veo”. A partir del bien recibido, él se convierte no sólo en un fiel admirador de Jesucristo, sino que es un fiel seguidor, comparte con él su suerte, su experiencia de vida, su misión y destino, sus persecuciones, sus amores, sus temores e íntimas alegrías.


3. Sugerencias Pastorales

1. El avance técnico y el avance humano: ser luz en un mundo en tinieblas.

El papa san Juan Pablo II al inicio de su pontificado decía de modo profético: El hombre […] vive cada vez más en el miedo. Teme que sus productos, naturalmente no todos y no la mayor parte sino algunos y precisamente los que contienen una parte especial de su genialidad y de su iniciativa, puedan ser dirigidos de manera radical contra él mismo; teme que puedan convertirse en medios e instrumentos de una autodestrucción inimaginable, frente a la cual todos los cataclismos y las catástrofes de la historia que conocemos parecen palidecer. Debe nacer pues un interrogante: ¿por qué razón este poder, dado al hombre desde el principio −poder por medio del cual debía él dominar la tierra− se dirige contra sí mismo, provocando un comprensible estado de inquietud, de miedo consciente o inconsciente, de amenaza que de varios modos se comunica a toda la familia humana contemporánea y se manifiesta bajo diversos aspectos. A este interrogante, el Papa respondía que al avance técnico y científico de nuestros días no ha ido acompañado de un avance correspondiente en la ética y en la moral. El hombre ha crecido en la capacidad técnica, pero quizá no se ha hecho más hombre en el sentido integral de la palabra. Por eso, tiene miedo de que sus realizaciones se vuelvan contra él, como lamentablemente hemos observado. Es como si la humanidad, olvidando la luz de la fe, del amor de Dios, de la ley moral, caminara en las tinieblas tropezando por doquier.

A los cristianos les corresponde la hermosa misión de ser esperanza y luz para un mundo que necesita urgentemente de ellas. Cada cristiano es como una luz que irradia luz y calor. Cada hogar cristiano debe ser un foco de esperanza que anime, que invite, que convoque a la experiencia de Dios. Cuanto más obscuras puedan ser las sombras que caen sobre el mundo, tanto más luminoso debe ser el testimonio de los cristianos en el mundo. Ellos son la luz del mundo.

2. La luz de Cristo irradia en el corazón del hombre. El misterio de la luz.

«Amar al Dios invisible -dice Pavel Florenskij- significa descubrir pasivamente ante Él el propio corazón y esperar su revelación activa, para que la energía del amor divi¬no descienda al corazón: “La causa del amor a Dios es Dios – Causa diligendi Deum Deus est” […]. Por el contrario, amar a una criatura visible significa permitir a la energía divina recibida mani¬festarse atravesando al que la recibe, irradiando hacia fuera y a su alrede¬dor». (FLORENSKIJ PAVEL, La columna y el fundamento de la Verdad, Sígueme, Salamanca, 2010, p. 101). La luz de Cristo, recibida por pura gracia, nos penetra y se irradia hacia afuera. Es lo que literalmente pasó con el ciego de nacimiento. (Cfr. FLORENSKIJ PAVEL, ib, p.110).