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Homilía domingo de Pentecostés

FUEGO, LUZ Y VIENTO DEL ESPÍRITU SANTO

 

INTRODUCCIÓN
Es impresionante cómo los grandes barcos de la antigüedad, que pesaban toneladas se movían con el simple impulso del viento. Su secreto radicaba en el despliegue de amplias velas que recogen la fuerza del viento y ponen en movimiento navíos colosales. Nuestras almas son como esos navíos que deben recoger el viento del Espíritu Santo y navegar a su ritmo en medio de las aguas del mundo. Como la Iglesia.

PROPOSICIÓN
Recibid el Espíritu Santo

 

DESARROLLO:
Celebramos hoy la solemnidad que pone de pie a la Iglesia en medio del mundo, pues la Iglesia no es una mera organización religiosa. Ella es el motor que mueve la historia de la humanidad. Ella es la Esposa de Cristo, y la depositaria del misterio de Cristo en el Mundo.

Y el Espíritu Santo, el Espíritu de Dios, es quien la purifica, la renueva y la impulsa.

La solemnidad de hoy hace referencia a un regalo, a un don que Dios ha querido donar a su Iglesia y a cada uno de nosotros, con una triple manifestación: fuego, luz y viento

  1. Fuego que purifica: esas lenguas de fuego que trasformaron la visión que los apóstoles tenían de mundo y de las cosas. Necesitamos:
    1. Purificarnos con el fuego del Espíritu Santo
    2. Quemar toda la escoria intelectual y afectiva que aún queda en nuestro interior.
    3. Quemar nuestra adhesión al pecado, a las comodidades de este mundo.
  1. Luz que renueva:
    1. Se trata del Espíritu creador que hace nuevas todas las cosas.
    2. Renueva la faz de la tierra, poniendo a la Iglesia de pie en medio del mundo.
    3. Un día como hoy tiene que llevarnos a ver nuestra misión en la Iglesia y en el mundo de una manera nueva.
  1. Viento que impulsa:
    1. El Espíritu Santo nos mueve. Es ese viento impetuoso que posee una fuerza tremenda que debemos abrazar.
    2. Despleguemos las velas de nuestra alma para que sea Dios quien nos haga crecer en la vida espiritual, y no nuestro voluntarismo.
    3. Y estemos atentos al gran peligro que representa para nuestras almas la omisión; pues por la omisión vamos horadando esas “velas” del alma que se llenarán del viento, pero lo dejarán pasar e impedirán capturar la fuerza del Espíritu Santo.

CONCLUSIÓN
En un día como hoy los apóstoles, encerrados en el cenáculo, llenos de miedo, fueron capaces de salir al mundo y predicar la buena nueva del Evangelio. Fueron dóciles al Espíritu Santo, y la historia del mundo cambió.

Hoy hace falta un nuevo impulso evangelizador en la Iglesia, y todo depende de cómo respondas al fuego, a la luz y al viento del Espíritu Santo.

Huye de la omisión y navegarás veloz al puerto de la Verdad, donde te espera Nuestro Señor Jesucristo.

P. Agustín De La Vega, LC