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Homilía domingo 22 de agosto

Ciclo B

Textos: Josué 24, 1-2a.15-17.18b; Ef 5, 21-32; Jn 6, 60-69

Idea principal:
La Eucaristía nos pone ante una disyuntiva: “¿También vosotros queréis marcharos?”: creer o abandonarlo.

Síntesis del mensaje:
Hoy terminamos la lectura del capítulo 6 de san Juan, sobre el discurso eucarístico. Y lo terminamos con las reacciones de los presentes ante las palabras de Jesús:“¿Quién puede tolerar este discurso tan duro?”. Es la misma disyuntiva que puso Josué a los suyos al entrar en la tierra prometida: “¿Prefieren servir a Yahvé o a los dioses falsos?” (1ª lectura).

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, en la primera lectura está clara la disyuntiva: ¿a quién elegir: a Yahvé o a los dioses extranjeros? Los dioses de “más allá del río” exigen menos, son más cómodos, no prohíben esto y aquello; no imponen no robar, no fornicar, no matar. Lo que exige la Alianza de Yahvé es mucho más duro que la floja moral de los dioses de los pueblos vecinos. Josué, sucesor de Moisés, convoca en asamblea solemne a todos, para renovar la Alianza del Sinaí, un tanto olvidada ya, y les plantea una clara disyuntiva: ¿a quién quieren servir, al Dios que les ha liberado de Egipto o a los dioses que van encontrando en los pueblos vecinos y que son más permisivos? Porque siguen teniendo la tentación terrible de la idolatría. Ese día la respuesta del pueblo a Josué fue: ¡elegimos a Dios! Y así el pueblo en Siquem, reunido en asamblea con Josué, pudo entrar en posesión de la tierra prometida. Sabemos también que luego en su historia, el pueblo de Israel faltó muchas veces a lo prometido.

En segundo lugar, ahora es Cristo quien pregunta a los que le seguían: ¿queréis quedaros conmigo o iros? De nuevo la disyuntiva. Lo que pedía Jesús a los suyos no era fácil, porque suponía un cambio de mentalidad y de vida. Son libres. Jesús ve que algunos se van marchando, asustados por sus palabras y hace esa pregunta directa a sus apóstoles. En efecto, algunos se van y otros se quedan. Pedro, que no entiende mucho de lo que ha dicho Jesús –como tampoco debían entender los demás- pero que tiene una fe y un amor enormes hacia Cristo, contesta decidido: “¿A quién iremos?”.  Han hecho la opción por Él y  se quedan los doce que formarán la Iglesia, pero ya no se quedan como antes, sin compromiso; ahora saben que lo han elegido para la vida y para la muerte. En Cafarnaúm, fue la primera comunidad apostólica, todavía fiel, la que dijo, por boca de Pedro: “Señor, ¿a quién iremos?”.

Finalmente, nos toca a nosotros responder hoy a Cristo: ¿a quién vamos a seguir: a él y su doctrina o al mundo con sus propuestas fáciles, tentadoras y embriagantes? De nuevo la disyuntiva. También nosotros como el pueblo de Israel (1ª lectura) y como los primeros discípulos de Jesús (evangelio) hemos sido elegidos. Elegidos como objeto de su amor, admitidos en la familia de Dios en el bautismo, admitidos a su misma mesa en la Eucaristía, admitidos a la “feliz esperanza” de la venida de su Reino. Por nuestra parte, también nosotros hemos elegido a Dios. Prueba de esto: nuestro bautismo, reafirmado en la confirmación. Prueba de esto: tomamos la primera comunión. Prueba de esto: nos casamos en Cristo por la Iglesia. Pero, ¿qué nos pasa? Somos inestables. Nuestra vida se parece a la tela de Penélope: es un continuo hacer y deshacer propósitos, un oscilar continuo entre los dos polos de atracción que son Dios y el mundo con sus ídolos. Servimos a dos señores. Pero Dios detesta esto. O a Él o al mundo. Dios es celoso. Y por eso, no estamos de acuerdo con la doctrina del matrimonio indisoluble. Y por eso no aceptamos la doctrina sobre la moral sexual y regulación de la natalidad que la Iglesia enseña y defiende. Y por eso rehuimos de la cruz, cuando la vemos asomar en la esquina. Y por eso, guiñamos el ojo ante las ideologías que nos están sirviendo en el plato, por ejemplo, la ideología del género. Y no aceptamos lo de poner la otra mejilla. Y ahí estamos: doblando una rodilla ante Dios y la otra ante Baal. ¡Cuántos pasan de una plegaria a la blasfemia! Salen de la Iglesia y se van a lugares de perdición. No, hay que hacer una opción: o Cristo o el mundo. O el evangelio de Cristo o las máximas del mundo.

Para reflexionar:
  ¿A quién estoy alimentando y siguiendo en mi vida: al hombre viejo y pasional, o al hombre nuevo, que vive conforme al Espíritu? ¿Opté ya por Cristo y su Evangelio o prefiero escuchar y seguir las sirenas de este mundo? ¿Cada cuanto renuevo mis promesas bautismales?

Para rezar:
con santo Tomás de Aquino, quiero rezar:

“Todopoderoso y eterno Dios, me acerco al sacramento de tu Unigénito Hijo, mi Señor Jesucristo, como enfermo al médico de la vida, como manchado a la fuente de la misericordia, como ciego a la luz de la eterna claridad, como pobre y mendigo al Señor del cielo y de la tierra.
Ruego, pues, Señor, a tu infinita generosidad que dignes curar mi enfermedad, lavar mis manchas, alumbrar mi ceguera, enriquecer mi pobreza, vestir mi desnudez, para que me acerque a recibir el pan de los ángeles, al Rey de los reyes y Señor de los que dominan, con tanta reverencia y humildad, con tanta contrición y devoción, con tanta pureza y fe, con tal propósito e intención como conviene a la salud de mi alma.
Concédeme, te ruego, recibir no sólo el sacramento del cuerpo y la sangre del Señor sino también la gracia y virtud del sacramento. Benignísimo Dios, concédeme recibir el cuerpo que tu Hijo Unigénito, nuestro Señor Jesucristo, tomó de la Virgen María, de tal manera que merezca ser incorporado a su Cuerpo Místico y ser contado entre sus miembros”.

P. Antonio Rivero, LC