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Homilía domingo 21 de marzo

Domingo V de cuaresma
Ciclo B

Textos: Jr 31, 31-34; Hb 5, 7-9; Jn 12, 20-33

Idea principal:
Ya va llegando la Hora de Jesús.

Síntesis del mensaje:
En tres domingos sucesivos la liturgia nos presenta unos símbolos para entender mejor el misterio de la Pascua del Señor, la Hora de Jesús: el templo que Él reedificará en tres días (domingo 3), la serpiente levantada que cura a quien la mira con fe (domingo 4) y hoy el grano de trigo. Misterio pascual que implica muerte y resurrección.

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, hace más de 2.000 años le llegó la Hora a Dios: “Ha llegado la hora…me siento agitado. ¿Le pido al Padre que pare el reloj del Plan de salvación?” (evangelio). Gritó, lloró (segunda lectura). Pero el Padre no movió el dedo, no paró el reloj, no adelantó las manecillas. Simplemente, dejó que se cumpliera la Hora. Y el Hijo fue detenido, procesado, condenado, ejecutado. Así se cumplió la Hora de la salvación del género humano. No es la hora del calendario civil. Es la Hora en lengua bíblica, es decir, el designio de Dios, el plan de Dios, en una palabra, la voluntad de Dios. Y Jesús afrontó esa Hora con decisión, con valentía, con obediencia, con amor, pero sin ahorrar dolor y sufrimiento en el cuerpo, en el alma, en el espíritu.

En segundo lugar, muchos de nuestros hermanos están atravesando en este momento la Hora amarga: sufrimientos personales, familiares, sociales, políticos, económicos, nacionales, internacionales, planetarios. Hora permitida por Dios, pero muchas veces querida por hombres sin escrúpulos y sin el santo temor.  Ya apuntó el Papa Francisco algunas de esas espinas en su exhortación “Evangelii gaudium”: economía de la exclusión, idolatría del dinero, dinero que gobierna en vez de servir, inequidad que genera violencia, persecución de cristianos, indiferencia relativista, familias destruidas y frágiles en sus vínculos. Otras cruces duras que son el pan nuestro de cada día. ¿Qué le digo yo a una viuda de corazón enlutado, al padre de cinco hijos condenado a muerte de cáncer, a la muchachita a quien el muy galán dejó al pie del altar vestida y alborotada, a la familia con hijo drogadicto o en la cárcel, al…? No bastan consejitos analgésicos y euforizantes. Mis hermanos y yo, querríamos que esa Hora pasase ya. Pero, ¿lo querrá Dios? Nuestro Padre Dios en respuesta a este deseo envía a su Hijo al sufrimiento; llegó el Hijo y cargó con la cruz sin rechistar, pues era la Hora del Padre para salvarnos. El cristiano aprendió así el sentido que el Hijo dio al sufrimiento: purificador de los pecados propios, redentor de las almas, colaboradores con Él en la salvación de los hombres. Por tanto, la Hora del sufrimiento es, en efecto, la hora de la verdad, de esas grandes verdades.

Finalmente, también a nosotros tarde o temprano nos llega la Hora. Cada quien piense cuál es su Hora, si está bien la manecilla del propio reloj que marcará la Hora de Dios, qué color tiene el reloj que marcará esa Hora de Dios. Cada quién piense si algún Vesubio ha explotado o está a punto de explotar en su vida o en la vida de su familia, lanzando al cielo rocas como aeróstatos de fuego, como aquel Vesubio del 24 de agosto del año 79 d.C. en Nápoles, cuyos aeróstatos caían a plomo sobre los campos como bombas de napalm, y donde la torrentera de lava entró invasora por las calles, plazas y casas de Satabiae –las termas placenteras-, Pompeia –las salas de fiesta- y Herculanum –el comercio-; y donde “trenes” de nubes cargadas de cenizas descargaron sobre esas tres ciudades, las sepultaron bajo seis metros de pavesas y por 1.600 años desaparecieron de la memoria de los hombres. Sí, la Hora de Dios es terrible, incomprensible, pero necesaria y debe cumplirse. El sufrimiento y la muerte son un trámite para la resurrección, la eternidad y la gloria. Por tanto, la Hora de Dios es la Hora del Padre lleno de ternura y misericordia que busca la oveja perdida y salva a la pecadora arrepentida.

Para reflexionar:
¿Cómo reacciono ante la Hora de Dios en mi vida: con amor y obediencia como Jesús; o con rebeldía y disgusto? ¿Dejo a Dios Padre que marque la Hora en mi vida o le impongo la hora que yo quiero?

Para rezar:
Señor, que se cumpla en mí tu Hora, cuando tú quieras, donde tú quieras, como tú quieras y el tiempo que tú quieras. Quiero parecerme a tu Hijo Jesús y a tantos de tus amigos, los santos y santas. Amén.

P. Antonio Rivero, LC