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Homilía domingo 21 de febrero

Domingo I de cuaresma  Ciclo B

Textos: Gn 9, 8-15; 1 Pe 3, 18-22; Mc 1, 12-15

Idea principal:
La Alianza que Dios ha hecho con nosotros es eterna y definitiva. 

Síntesis del mensaje:
La Alianza que pactó Dios en el Antiguo Testamento con la humanidad es universalista, estable, cósmica (1ª lectura). Con Cristo, esa Alianza será eterna, definitiva, nueva y totalmente purificadora y santificadora, y nos llama a llevar una vida digna (2ª lectura). Por eso, esa Alianza requiere de nosotros una vigilancia constante para ser fieles, pues Satanás estará detrás de nosotros, como hizo con Cristo, para que fallemos a Dios (evangelio).

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, la Alianza en el Antiguo Testamento. El mundo de la Biblia, como todo mundo humano, conoce la experiencia del berit, principal término hebreo para decir alianza, relación de solidaridad entre dos contrayentes: individuos (Gén 21,32), cónyuges (Ez 16,8), pueblos (Jos 9), soberanos o súbditos (2Sam 5,3); para resolver disputas de propiedad, de vecindad, de proyectos en contraste entre ellos (Gén 21,32; 31,44; 2Sam 3,12-19). Antes que categoría religiosa, la alianza es una profunda experiencia humana de relación constructiva a muchísimos niveles privados y públicos, individuales y colectivos, no por juego, sino para regir el peso de la vida. Por este motivo tan existencialmente significativo y universal, la alianza no podía dejar de ser asumida por Dios, según el principio de la pedagogía divina, como símbolo y paradigma de su relación con el hombre, obviamente según las características específicas de tal proporción, única en sí misma. ¿Cuáles? Se trata de una relación entre partes infinitamente desiguales (Dios y el hombre); se trata de una relación totalmente no preestablecida, una relación querida con libre elección por parte de Dios, según su lógica de amor (Dt 4,37), donde más que contrato bilateral, es un juramento de Dios de elegirse el pueblo como aliado, por lo que es fácil el paso de alianza a testimonio o testamento de Dios. Última característica: la alianza de Dios se vale de sus servidores o ministros, los cuales, por su parte, se presentan como aliados por excelencia con Dios y a la vez solidarios con el pueblo, testigos ejemplares y creíbles en primera persona de cuanto anuncian a los demás.

En segundo lugar, la Alianza en el Nuevo Testamento realizada en Cristo y por Cristo. Por medio está la muerte sacrificial y victoriosa de Jesús, en cuyo contexto, durante la Última Cena, Jesús pronuncia por primera y última vez el término alianza: «Tomad y bebed… Este cáliz es la nueva Alianza sellada con mi sangre, que es derramada por vosotros» (Lc 22,20). La referencia está netamente relacionada con la sangre de la alianza sinaítica (cf Ex 24,8). Pero con el matiz fundamental de que se trata de una alianza verdaderamente nueva, o sea, correspondiente al designio de Dios. De tal novedad, en estrecha e iluminadora confrontación con la antigua alianza, se mueve sobre todo la Carta a los hebreos, que usa el término 17 veces. Jesús es la alianza personificada: en Él se expresa la fidelidad de Dios y al mismo tiempo la fidelidad del hombre, para siempre. Gracias a Él el hombre recibe el corazón de una nueva criatura y el don del Espíritu (cf. Heb 8,10). También en la Última Cena Jesús afirma: «Os aseguro que ya no beberé más de este fruto de la vid hasta el día en que beba un vino nuevo en el reino de Dios» (Mc 14,25). Con estas palabras revela que la nueva alianza no es un acontecimiento estático, sino que viene a ser una incesante oferta que interpela a toda persona, aun a aquellas que no lo saben, hasta que el Reino llegue en plenitud. Entonces llegará a puerto esta singular relación de Dios con el hombre, sembrada en la creación, hecha visible en el pueblo de Israel, debilitada y rota por el pecado y finalmente, en Cristo, convertida en el gran proyecto realizado (cf. Ef 1,4-6).

Finalmente, nosotros entramos a formar parte de esa Alianza de Cristo el día de nuestro bautismo. Y toda la liturgia, todos los sacramentos, especialmente la eucaristía y el matrimonio, los demás signos sacramentales (el canto, los lugares de culto, el pan y el vino, el altar, otros símbolos…) son relacionados y contemplados dentro del misterio de la alianza sellada con la sangre de Cristo. Esta alianza nos exige una vida santa y una lucha contra el pecado.

Para reflexionar:
¿Vivo mi vida cristiana en clave de Alianza con Dios? ¿Mi matrimonio, mi consagración a Dios en la vida religiosa o sacerdotal…los vivo en clave de Alianza con Dios? ¿Qué hago para defender esa Alianza con Dios?

Para rezar:
Señor, hazme fiel a tu Alianza. Perdona mis negligencias. Dame fuerzas para corresponder a esta tu Alianza de amor.

P. Antonio Rivero, LC