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Homilía VII domingo de Pascua

SOLEMNIDAD DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR   

Ciclo B

Textos:
Hech 1, 1-11; Ef 1, 17-23; Marcos 16, 15-20

Idea principal:
El misterio de la Ascensión del Señor al cielo.

Síntesis del mensaje:
La Ascensión confirma lo que las apariciones del resucitado demuestran: que Jesús es el único Señor y Creador resucitado de entre los muertos, y que asciende para recibir su Reino (san Ireneo). Cuarenta días después de la Resurrección -según el libro de los Hechos de los Apóstoles-, Jesús asciende al Cielo, o sea, retorna al Padre que lo había enviado al mundo. En muchos países este misterio se celebra no el jueves, sino hoy, el domingo siguiente. La Ascensión del Señor marca el cumplimiento de la salvación iniciada con la Encarnación.

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, ¿quién asciende al cielo? El mismo que vino en carne mortal, Jesús. Vino a la tierra para excitar con su presencia nuestro amor. Y después se ha ido para que lo busquemos con nostalgia, como un imán necesita tomar distancia para poder atraer hacia sí. Asciende Cristo que es Cabeza de la Iglesia y con Él asciende una parte de nosotros, la humanidad que Él nos “robó”. Asciende con el mismo cuerpo que en su vida terrena, pero ahora glorioso. Nuestra pobre naturaleza humana se eleva sobre los ángeles al cielo con Él, al trono de Dios. También nosotros ascenderemos. Por eso este misterio glorioso es motivo de un gran gozo interior, que nos hace más llevadera la vida con sus dolores y sufrimientos. San León Magno explica que con este misterio “se proclama no solamente la inmortalidad del alma sino también la de la carne. Hoy de hecho no solamente estamos confirmados como poseedores del paraíso, sino también hemos penetrado en Cristo en las alturas de los cielos” (De Ascensione Domini, Tractatus 73, 2.4). La Ascensión nos dice que en Cristo nuestra humanidad es llevada a las alturas de Dios; así cada vez que rezamos, la tierra se une con el Cielo. Y como el incienso cuando se quema hace subir hacia lo alto su humo suave y perfumado, así cuando elevamos al Señor nuestra fervorosa oración llena de confianza a Cristo, esta atraviesa los cielos y alcanza el Trono de Dios, y es por Él escuchada y satisfecha

En segundo lugar, ¿por qué y para qué asciende? Porque ya cumplió su misión en la tierra y ahora, comienza su misión de mediador sentado a la diestra de su Padre Dios. Dios Padre lo entronizó como Rey para que presida la historia desde el trono celestial. Sentado está, como símbolo del guerrero que descansa después de su victoria. No se fue para alejarse de nuestra pequeñez, sino para que pusiéramos nuestra esperanza en llegar, como miembros suyos, a donde él, nuestra cabeza y principio, nos ha precedido. La Ascensión no es anuncio de una “ausencia”, sino de una “presencia”. Como dice el prefacio I de la Ascensión: “No se ha ido para desentenderse de este mundo”. Sigue presente, con una presencia misteriosa e invisible, más real incluso que la física o geográfica que tenía antes de su Pascua. Está presente también con otro protagonista, también invisible, el Espíritu Santo, a quien Jesús ha prometido enviar como “fuerza de lo alto” y cuya venida sobre la Iglesia celebraremos de un modo especial el domingo que viene.

Finalmente, ¿qué tarea nos deja a nosotros? Si por una parte dejó tristes a los apóstoles y a nosotros, pues ya no lo veremos con los ojos corporales, por otra, nos dejó una tarea bien concreta. La tarea que nos encomendó fue: “Id por todo el mundo, anunciad el evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará. El que no crea se condenará”. Por tanto, el misterio de la Ascensión trae consigo el mandato de la evangelización, es decir, ir por todo el mundo anunciando su evangelio de salvación. Por tanto, aunque Cristo está sentado a la diestra del Padre, la Iglesia está en pie, de misión, con el Evangelio y la Eucaristía en las manos. No podemos quedarnos mirando el cielo, como aquellos varones galileos. Este misterio de la evangelización va desde el misterio de la Ascensión a la Parusía, es decir, hasta cuando vuelva de nuevo en su gloria, en la segunda venida. ¿Que nuestra predicación provoque expulsión de los demonios, el don de las nuevas lenguas, la invulnerabilidad a peligros físicos? Jesús nos lo prometió en el evangelio de hoy. Y yo lo creo. ¡Cuántos demonios salen gritando del alma a quienes predicamos! ¡Cuántos nos entienden al ir a lugares inhóspitos donde hablan otras lenguas! ¡De cuántos peligros nos salva el Señor a quienes somos sus evangelizadores!

Para reflexionar:
¿Anhelo el cielo o la tierra? ¿Pienso más en el cielo o en la tierra? ¿Lucho por llegar a ese cielo prometido donde me está esperando Cristo? ¿Me interesa que todos lleguen a ese cielo o me es indiferente que haya gente a quien no le interesa mirar hacia arriba?

Para rezar:
Señor, gracias por abrirnos las puertas del cielo y haber entrado con tu humanidad. Espérame a la puerta cuando también yo resucite. Que mis ojos miren siempre hacia el cielo, pero con mis pies calzados y firmes en la tierra, para llevar tu mensaje de salvación.

P. Antonio Rivero, LC