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Homilía domingo 14 de marzo

Domingo IV de cuaresma Ciclo B

Textos: 2 Cro 36, 14-16.19-23; Ef 2, 4-10; Jn 3, 14-21

Idea principal:
El pecado, nuestro pecado, además de romper la Alianza con Dios, es la causa de todas las desgracias personales, sociales, estructurales, eclesiales, familiares y mundiales. Pero la misericordia de Dios es más grande que nuestro pecado. 

Síntesis del mensaje:
Estamos prácticamente a mitad de la Cuaresma. Es bueno que también nosotros, débiles y volubles tal vez como los israelitas, nos espejemos en su historia para decidirnos a una seria conversión y enmienda de nuestros pecados para poder participar plenamente en la Pascua del Señor.

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, somos pecadores. Ahí está la primera lectura de hoy donde Dios nos echa en cara con el látigo de su misericordia, como dijo el Papa Francisco comentando este evangelio, para que volvamos al buen camino y corrijamos nuestras infidelidades, nuestra vida mundana, nuestros desmanes, nuestras burlas a los mensajeros y profetas que Él nos manda continuamente a través de su Palabra, del Papa, nuestro confesor, familiares, amigos. Cuaresma es tiempo de chequeo espiritual, de hacernos una resonancia magnética del alma y de nuestros afectos más íntimos para ver si no tenemos algún inicio de cáncer, diabetes, mal colesterol. Aún estamos a tiempo de tomar las medicinas y antibióticos necesarios para curarnos, de ponernos las vacunas que nos prevengan de fiebres altas y peligrosas. ¿Qué pecados acosan más nuestra vida? ¿Soberbia y sus crías: egoísmo, vanidad, orgullo, amor propio, dureza de juicio, impaciencia, autosuficiencia, rencor, deseo de venganza, imponer nuestras ideas, desaliento, juicios temerarios, indiferencia ante las necesidades de los demás, envidia, racionalismo, espíritu calculista, respeto humano, fariseísmo y mentira, rebeldía, caprichos y manías, individualismo? ¿O por el contrario, me acosa la sensualidad y sus crías: comodidad, flojera, sentimentalismo, búsqueda de lo fácil y placentero, abuso y descontrol de los sentidos, impureza y lujuria consentida y alimentada, glotonería, sueños mundanos, pusilanimidad, ociosidad, inconstancia, tibieza, apatía, abandono de la oración, falta de puntualidad a nuestros trabajos, pesimismo, insatisfacción, huida del sacrificio, gula, avaricia? Hagamos un serio chequeo y obremos en consecuencia, si queremos llegar preparados a la Pascua del Señor.

En segundo lugar, pecadores, sí, pero también redimidos, pues la misericordia, la generosidad y el amor de Dios son infinitos (2ª lectura). Esta redención no es mérito nuestro, sino pura gracia divina. El amor que Dios nos tiene en Cristo Jesús es previo a todos nuestros méritos y superior a todos nuestros deméritos. Ya en el Antiguo Testamento manifestó este amor, incluso cuando tuvo que castigar y corregir a su pueblo, y le sacó de la esclavitud de Egipto y más tarde le hizo volver de la cautividad. En la primera lectura escuchamos cómo Dios movió el corazón del rey Ciro -¿también moverá el de nuestros reyes, y presidentes y jefes de Estado?-, que permitió a los israelitas volver a Jerusalén para reedificar su nación y su Templo -¿también nuestros jefes de Estado respetarán nuestra religión y nos permitirán dar culto a Dios siempre y en todas partes y enseñar la ley de Dios y de la Iglesia en las escuelas, sin inmiscuirse en las cuestiones que a ellos no les competen y apoyando siempre lo que dignifica a la persona humana?-. Pero es sobre todo en el Nuevo Testamento donde Dios nos hizo experimentar su ternura y misericordia, pues “tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo único” y así todos se salven (evangelio).

Finalmente, redimidos, sí, pero en continua conversión, pues el tentador nos acecha día y noche para que volvamos al pecado. Tenemos que mirar a Cristo en la cruz para curarnos de las picaduras de las serpientes venenosas que nos atacarán día y noche (evangelio). Mirando la cabeza de Cristo en la cruz, coronada de espinas, sanarán y se purificarán nuestros malos pensamientos. Mirando el rostro desfigurado y abofeteado de Cristo en la cruz, sanarán nuestros deseos de vanidad ridícula. Mirando los ojos hinchados de Cristo en la cruz, nuestros ojos se cerrarán a indecencias. Mirando la boca reseca de Cristo, sabremos dominar nuestra gula y no empuñaremos la espada de los chismes y murmuraciones. Mirando las manos perforadas de Cristo en la cruz, desaparecerán nuestras ambiciones y deseos de tener y poseer. Mirando el costado perforado de Cristo en la cruz, nuestros odios se convertirán en perdón. Mirando las rodillas taladradas de Cristo en la cruz, crecerá nuestro deseo de arrodillarnos y orar sin cesar. Mirando los pies de Cristo clavados en la cruz, podremos reparar nuestros pecados por haber caminado por veredas de muerte. Mirando, en fin, todo el cuerpo de Cristo magullado y azotado, se nos quitarán las ganas de vivir en confort, comodidad, placeres y lujos.

Para reflexionar:
¿Qué pecados desfiguran la imagen de Dios en mi alma? ¿Me acercaré a la confesión antes de entrar en la Semana Santa, para pedir perdón a Dios por mis pecados?

Para rezar:
Señor, piedad y misericordia: he pecado contra Ti. Señor, dame la gracia de la conversión. Señor, hazme partícipe de tu Pascua.

P. Antonio Rivero, LC