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CELEBRACIÓN DE LA PASIÓN DEL SEÑOR CICLO A

Sagrada Escritura
Is 52,13-53,12
Hb 4,14-16; 5,7-9
Pasión de nuestro Señor Jesucristo según San Juan

  1. Nexo entre las lecturas

            La Pasión del Señor según san Juan nos presenta, sobre todo, la exaltación de Cristo.  En la Cruz, Cristo reina, Cristo es exaltado, Cristo triunfa del pecado y del diablo (EV). Por eso, hoy no es un día propiamente de luto, sino un día en que se celebra el amor de Dios por el hombre, amor que llega a su más alta expresión:  «Dios  no perdonó a su Propio Hijo, sino lo entregó por nosotros«(Rom 8,32). Por eso, no se usan ornamentos morados, sino rojos, símbolo de la sangre y de la vida. Hoy el corazón se detiene a contemplar cómo el Hijo Unigénito de Dios, consubstancial al Padre, eterno como el Padre, habiéndose encarnado nos da la máxima prueba de amor: el morir por nosotros, pues en verdad «Nadie tiene mayor amor que aquel que da la vida por sus amigos» (Jn 15, 13). «El castigo que nos devuelve la paz cayó sobre él y por sus llagas hemos sido curados. Todos errábamos como ovejas sin pastor y Él cargo la iniquidad de todos nosotros» (Is 53,5) (1L). Es decir, que Cristo ha pagado por mis pecados, y en eso hay una prueba grande de su amor por mí. Jesucristo sumo Sacerdote que ha penetrado en los cielos, es capaz de compadecerse de nuestras flaquezas. Él es autor de nuestra salvación eterna (2L).        

  1. Mensaje doctrinal

El siervo de Yahveh

            El cuarto cántico del siervo de Yahveh es un momento culminante de la revelación del Antiguo Testamento. Se trata de la interpretación de la historia de Israel como expiación vicaria y redentora en favor del resto, en favor de la comunidad judaica y de todos los pueblos de la tierra. En verdad, se trata de un mensaje jamás escuchado y que no aparecerá nuevamente en el Antiguo Testamento.  Es verdad, que aquellos que eran considerados “amigos de Dios” solían interceder en favor de su pueblo. Abrahán intercede por los pecadores de Sodoma y Gomorra; Moisés pasa cuarenta días y cuarenta noches ante Dios haciendo penitencia por el pecado de su pueblo y pidiéndole que no lo destruya; el profeta Jeremías sufre grandes penalidades en favor del pueblo y de los desterrados. Sin embargo, ninguno de estos personajes sufre como el misterioso siervo de Yahveh. El sufrimiento de este siervo es claramente un sufrimiento vicario: “El castigo que nos trajo la paz cayó sobre Él y por sus llagas hemos sido curados”. La imagen del siervo es desoladora y podría causar una profunda tristeza, sin embargo, la contemplación se detiene en los frutos del sacrificio del siervo de Yahveh: se trata de llegar a conocer que ha sufrido “por nosotros”, a favor de nosotros, en lugar nuestro, que su vida ha sido una expiación vicaria y que a causa de él tenemos la paz y hemos sido salvados.  Ciertamente en Cristo vemos la realización más completa y plena de esta figura del Siervo doliente. En Él tenemos la salvación de nuestros pecados. La vida, el sufrimiento, la muerte del Siervo de Yahveh son el único medio para reconciliar a Dios con los hombres. Abandonándose en las manos de Yahveh, el siervo ha obtenido aquello que no habían obtenido los sacrificios rituales de Israel o los sacrificios a la divinidad de los gentiles. El siervo de Yahveh tendrá, por ello, una gran fecundidad, una gran descendencia. El momento de la mayor oscuridad es, paradójicamente, el momento del triunfo del siervo de Yahveh: justificará a muchos, será fecundo. En Cristo crucificado vemos el cumplimiento cabal de la profecía del siervo doliente.

 

  1. Sugerencias pastorales

 

  1. El amor a la cruz

 

            Cuando el peso de nuestros pecados o de los pecados del mundo nos abrume, cuando sintamos la fragilidad de ser humanos y veamos que llevamos el tesoro en vasijas de barro, miremos a Cristo que en su Cruz nos revela el amor del Padre: “Quien ha visto a Cristo ha visto al Padre”. Jesús cruzó una mirada con Pedro después de sus negaciones y Pedro lloró y Pedro se rehizo. Dios quiere que nuestra vida viva y que no quede atenazada por el miedo o por el pecado. Dios quiere que cumplamos nuestra misión, aun en medio de nuestra fragilidad humana, para que quede patente que poder tan extraordinario viene de Dios.

            Cuando sintamos la soledad, el dolor, las penas íntimas del alma, y asome a nuestros labios el lamento: «Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado? ¿por qué me has olvidado? ¿Por qué ya no cuidas de mí?» hemos de volver a la Cruz de Cristo y saber que Él se ha hecho solidario con todas mis cruces y que Él me acompaña hasta la consumación de los siglos, en todos los momentos de mi vida, especialmente en los más difíciles.

            Cuando la desesperación quiera tocar a nuestra puerta, hemos de recordar que El Señor es fiel a su Palabra, a su Alianza y no me olvida, no me abandona.  “¿Podrá una madre olvidarse de su hijo? Pues aunque ella se olvide yo no te olvidaré”. ¡Qué estupor el descubrir nuevamente el valor de mi cruz como prueba de la amistad de Cristo! El valor de la cruz que hago sobre mi frente cada mañana. El valor de la cruz que yo, como sacerdote, realizo para perdonar los pecados «in persona Christi«. El valor de la cruz que como religioso es lo único que puedo llamar propiamente mío.

            La comprensión de la cruz sólo requiere humildad, no es cuestión de sabiduría o de edad, sino de sencillez, como lo muestra el caso de tantos pequeños que en medio de sus años infantiles son capaces de actos heroicos como los niños de Fátima. En realidad, sólo los humildes saben tomar sobre sí bajo el peso de la cruz y sólo en ellos la cruz purifica sus pecados, como fue el caso del publicano en el templo.

            La meditación de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo ha sido y sigue siendo fuente de  santidad cristiana y camino de conversión profunda para los hombres. Hoy, en medio de esta sugestiva liturgia  del Viernes Santo, austera y expresiva a la vez, nuestra alma se postra -como lo hicieran los ministros al inicio de esta ceremonia- se recoge para orar, para adorar a Cristo en cruz, principio de nuestra salvación .

P. Octavio Ortiz de Montellano, LC