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Bautismo del Señor (ciclo A)

  1. Nexo entre las lecturas

            Este es mi Hijo amado en quien me complazco. Estas palabras en el bautismo de Jesús (EV) expresan uno de lo momentos más altos de la revelación: el Padre da testimonio del Hijo y se hace presente el Espíritu Santo. En la liturgia de este día, estas palabras se ponen en relación con el oráculo del profeta Isaías: Mirad a mi siervo, a mi elegido, a quien prefiero” (1L). Se trata del primero de los cuatro cantos dedicados al Siervo de Yahveh. Por primera vez en toda la literatura profética, se presenta un personaje misterioso, un siervo ungido por Yahvé que tendrá por misión renovar la alianza y reconducir a la patria al pueblo en el exilio.

            El bautismo del Señor constituye el punto de partida de la vida pública del Señor. Después de la Epifanía se presenta como la segunda grande manifestación de Jesús y su investidura oficial como Mesías y Salvador.  Por otra parte, Pedro expone brevemente en su discurso el kérigma de la Iglesia primitiva (2L), es decir, que Jesús es el ungido de Dios, que pasó haciendo el bien y que los apóstoles dan testimonio de su muerte y su resurrección.

           

  1. Mensaje doctrinal

 

  1. El bautismo de Jesús, manifestación de la Santísima Trinidad.

            Nos encontramos ante uno de los pasajes más importantes de la revelación bíblica: Dios se manifiesta a sí mismo en su misterio trinitario. El Padre expresa su complacencia en el Hijo. El Hijo que ofrece libremente su oblación por cumplir la voluntad del Padre y salvar a las almas. El Espíritu Santo que se hace presente reposa sobre Cristo. Dios se nos revela en su misterio íntimo. Se da a conocer y en ello encontramos una prueba de su grandísimo amor. Él ha querido compartir con su creatura su propio amor, ha querido que el amor intratrinitario fuera el modelo y la causa de cualquier otro amor o comunión. Dios es Trinidad: “Todo el bien desciende del Padre a través del Hijo y nos alcanza en el Espíritu Santo (san Atanasio, Carta a Serapio I, 24). Si el movimiento de Dios es descendente, porque pasando por medio de Cristo alcanza su objetivo en el Espíritu Santo, el movimiento del hombre es inverso: viviendo en el Espíritu, se eleva, se acerca a Dios y, por medio del Hijo, tiene acceso al Padre. El primer movimiento se expone en esta fiesta del bautismo del Señor, el segundo movimiento nace del creyente que ha entrado en la manifestación de la gloria de Dios, y empieza a tomar parte en ella misma acogiendo el mensaje de amor y de entrega que ha contemplado.

 

  1. El bautismo del Señor señala el punto de partida del bautismo del Señor.

 

            Cristo pronunciará un día estas palabras: “Tengo que recibir un bautismo y cómo me siento anhelante hasta que se cumpla”. Se refería a su misterio pascual pasión, muerte y resurrección, a su “hora”, al momento de entregar su vida al Padre. Sin embargo, ese momento de algún modo queda ya anunciado en el bautismo del Jordán.

             Una reflexión más detenida sobre la primera lectura del profeta Isaías nos hace ver las características del siervo de Yahvé. Se subraya que la misión del siervo será la liberación de los cautivos, abrir los ojos de los ciegos, llevar a la luz a los que habitan en tinieblas. Con este siervo empieza un nuevo mundo, una nueva creación, un nuevo orden de cosas por medio de la Alianza que se renueva. El canto expresa también el modo como el siervo de Yahvé cumplirá esta misión: el siervo será el encargado de entregar al pueblo la doctrina revelada y lo hará revestido de las características de profeta, de sacerdote y de rey. Su misión la cumplirá con fortaleza y humildad. No quebrará la caña cascada, ni apagará la mecha vacilante. Su fortaleza se mostrará en su paciente humildad y en su constancia ante la adversidad.

            La tradición cristiana ha leído este canto a la luz del misterio de Cristo. Jesús recibe el Bautismo e inicia la parte pública de la misión que el Padre le encomendara. La vida de Cristo es una misión, es un acto de obediencia al Padre, es una disponibilidad en las manos del Padre para glorificarle y para redimir a los hombres.  El viene a establecer la nueva y definitiva alianza. A partir de ahora su misión se hace pública. Viene a implantar el derecho y no vacila, ni se quiebra ante la dificultad. No destruye, ni se impone por la fuerza, sino restaura todas las cosas. Los años de ocultamiento de Nazaret dejan ahora paso a la vida de predicación, de reclutamiento y formación de sus apóstoles. Aquí, en el bautismo, se prefigura ya el misterio pascual y se confirma que el Padre está con él, lo ama, nunca lo deja solo. El Bautismo de Jesús contiene de modo implícito todo el camino que recorrerá el Hijo de Dios para salvarnos. Quien hace experiencia de Cristo que inicia su vida pública por amor al Padre y por amor a los hombres, quien logra acompañarlo en cada uno de sus misterios y descubre los móviles profundos de su entrega al sacrificio, no puede sino exclamar con San Pablo: “Me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gal 2,20)

 

  1. Sugerencias pastorales

 

  1. Pasó haciendo el bien

            Estas palabras del discurso de Pedro (2L) nos introducen en el corazón del Redentor. Su misión es la redención de los hombres, rescatar al hombre de donde se había perdido y reconducirlo a la casa del Padre, liberarlo de las asechanzas del demonio. En Cristo se manifiesta el amor abismal, inconmensurable y gratuito de Dios Trinidad. Amor salvífico. Quien ve a Cristo ve al Padre. Quien ve y hace experiencia de Cristo, ve y hace experiencia de Dios que es de Padre y que es amor. «Dispuso Dios en su bondad y sabiduría revelarse a sí mismo y dar a conocer el misterio de su voluntad, mediante el cual los hombres, por medio de Cristo, Verbo encarnado, tienen acceso al Padre en el Espíritu Santo y se hacen partícipes de la naturaleza divina».(Dei Verbum 2). Por medio de Cristo tenemos acceso al Padre, tenemos acceso a la vida eterna y somos reconciliados con Dios. El cristiano es, pues, el hombre de la experiencia de Cristo, aquel que ha llegado a saborear el amor y el perdón de Dios y es introducido por Cristo mismo en la misión salvífica. Es invitado a “tomar parte” en la vida y misión de Cristo como buen cireneo cargando con su cruz y asumiendo todos los acontecimientos de su vida. A nosotros nos corresponde, como a Jesús, “pasar haciendo el bien”, debemos valorar nuestra vida y cada uno de sus momentos, debemos sentirnos siempre con el deseo de entregar lo mejor de nuestros esfuerzos para hacer el bien, para salir del corto círculo del egoísmo y entregarnos a los demás con un amor verdaderamente cristiano.

 

  1. Redescubrimiento de nuestro propio bautismo

            La fiesta del Bautismo del Señor nos invita a recordar y hacer presente nuestro propio bautismo.  En el bautismo, además de haber sido cancelado el pecado original, hemos sido incorporados a Cristo, “injertados en él”, según la expresión de san Pablo. La Santísima Trinidad nos ha otorgado el ser una creatura nueva (2 Cor 5, 17). Nos ha concedido la gracia divina y con ella las virtudes teologales y los dones del Espíritu Santo  para que podamos conocerle y amarle con todo el corazón.  Hemos sido hechos partícipes de la naturaleza divina y constituidos hijos adoptivos de Dios, herederos junto con Cristo. Se nos ha confiado la misión de anunciar la buena nueva de la salvación en Cristo.

 

            Valoremos debidamente nuestra condición cristiana. Reconozcamos nuestra dignidad, de forma que nuestra vida sea un fiel reflejo lo más fiel de la vida de Cristo. Los cristianos de los primeros tiempos daban un testimonio elocuente ante el mundo pagano, de forma que el cristianismo se hacía enormemente atractivo. La Carta a Diogneto llega a afirmar que lo que es el alma para el cuerpo son los cristianos para el mundo. Sepamos defender nuestra fe de cualquier ataque o asechanza que quiera debilitarla. Seamos fieles al “depósito de la fe” que nos ha sido entregado. Instruyamos a nuestros hijos en la verdadera fe cristiana, en la fe de la Iglesia católica. Instruyámonos en nuestra fe en Jesucristo para que las muchas corrientes religiosas que existen hoy en día no nos desorienten de esta verdad fundamental: la verdad íntima acerca de Dios y acerca de la salvación humana se nos manifiesta por la revelación en Cristo, que es a un tiempo mediador y plenitud de toda la revelación.

P. Octavio Ortiz de Montellano, LC